En lugar de encantado, debería estar preocupado, o al menos escamado. La candidatura al Senado puede ser un regalo envenenado para Javier Losada, una trampa para ponerle en evidencia y acabar de una vez por todas con su dilatada carrera política. Por más que el aparato del PSOE le brinde esta oportunidad para "levantarse otra vez", después del varapalo de las municipales, serán los votantes los que en última instancia decidan su futuro.

El ex alcalde confiesa estar muy agradecido a quienes desde el Comité Federal decidieron que fuera el cabeza de cartel a la Cámara Alta, contrariando la voluntad mayoritaria de la militancia coruñesa y de otros órganos colegiados del partido. No es para menos, siendo bien nacido. Qué otra cosa podría decir. Pero de sobra sabe que eso no garantiza para nada su reelección, precisamente por las peculiaridades de nuestro actual sistema electoral.

Hay que recordar que al Senado se vota en listas abiertas. El elector puede marcar con una cruz hasta tres de los nombres que aparecen en la papeleta de su provincia por orden alfabético, independientemente del partido al que pertenezcan. He ahí el riesgo que corre Losada: que los votantes socialistas prefieran a sus dos compañeras de candidatura antes que a él. De hecho ya hay sectores de afiliados, sobre todo de la propia ciudad de A Coruña, que aprovechan foros de internet para animar a los detractores de don Javier a hacerle la puñeta. A poco malpensado que uno sea, se puede sospechar que en Ferraz son perfectamente conscientes de ese peligro y que en el fondo no les importaría que Losada quedase en evidencia si no sale elegido senador el 20-N. En tal supuesto, al contrario de lo que podría parecer a priori, la candidatura no habría sido un premio, sino por el contrario un castigo humillante para un perdedor que en su "nueva vida" pretendía tomarse en serio, esta vez sí, la condición de senador del Reino.

El delfín de Paco Vázquez compaginó durante años las responsabilidades en María Pita con el escaño en el Senado. Se dedicaba full time al ayuntamiento y cobraba como parlamentario, lo que, siendo perfectamente legal, no deja de constituir un cierto fraude, aunque se presentase a la ciudadanía como un ahorro para las arcas municipales. Las fuerzas políticas mayoritarias debieran replantearse este tipo de comportamientos, que en nada contribuyen a prestigiar la imagen de las instituciones democráticas.

Lo que no habrá gustado nada ni dentro ni fuera de la agrupación socialista coruñesa es que el ex alcalde no se dé por enterado del malestar generado por la imposición de su candidatura desde arriba y a la brava. O su cinismo no conoce límites (que ya sería preocupante) o verdaderamente vive al margen de la realidad, incluso de su entorno más inmediato. Muchos esperaban al menos un mínimo gesto de humildad por su parte, como echaron de menos en su momento cierta dosis de autocrítica, más allá de la asunción de responsabilidades por haber llevado al socialismo herculino a los peores resultados de toda su historia en unas elecciones locales. Para esa gente, renunciar al acta y salir corriendo fue un acto de cobardía, una huida hacia adelante para que otros se comiesen con patatas el marrón de la debacle.

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