Hay muchas maneras de luchar contra quienes pretenden desacreditarte poniendo en circulación cualquier clase de bulo, calumnia o infundio. Todos hemos sido alguna vez objeto de un rumor malintencionado que nos hizo sufrir por temor a que alguien a nuestro alrededor le diese crédito y resultase afectado nuestro prestigio. Algunos rumores interesadamente perversos suelen resultar más destructivos que si alguien para perjudicar a su enemigo la emprendiese a golpes con un martillo. Tantos años en el ejercicio del periodismo me sirvieron para darme cuenta que para menoscabar la integridad de alguien, pocas armas resultan tan demoledoras como puede serlo sin duda la gramática, de cuyo uso pueden surgir la narración más primorosa o el más odioso de los libelos. Pero en el periodismo aprendí también que según en qué circunstancias ocurran las cosas, un hombre puede luchar contra sus detractores destruyendo él mismo su prestigio para que de ese modo ya nadie pueda permitirse la arrogancia de presumir de su linchamiento. Lo digo porque nadie osaría reírse de la ropa de un hombre desnudo. Cuando yo empecé en el periodismo de sucesos y me metí hasta el cuello en cuanta mierda me salió al paso, muchos puristas del negocio se alinearon con los sectores más puritanos de la ciudad para hacerme a un lado presumiendo que podría infectarles por el mero hecho de coincidir con ellos en la panadería. Es cierto que entonces me entraron dudas y que me sentí muy solo, pero en la duda de disculparme y abandonar, me lié la manta a la cabeza y si levanté los pies de un charco de mierda fue solo para meterlos con entusiasmo en el siguiente charco. Pasarían muchos años, muchísimos, hasta que pude demostrarles a todos aquellos puritanos que al final de aquel sórdido corredor de vómitos y excrementos había un lugar bien limpio y confortable en el que por fin pude respirar aliviado y descansar de tanto improperio, igual que al final de un disparo fallido vuela a veces la más vistosa de las perdices. A quienes por oscuras e inconfesables razones aun ahora tratan de segar la hierba a mi paso, les diré que excusan de gastar fuerzas en la demolición de alguien que al fin y al cabo ha conseguido llegar a su destino después de que la vida le enseñase la importancia de avanzar caído. Por muy desolador que sea, no hay un solo naufragio del que no llegue algún madero a la orilla, ni un terremoto cuya fuerza sea tan violenta que pueda enterrar el suelo. Gracias a la calma que me asistió cuando más la necesitaba, pude convertir mi descrédito personal en mi mejor tarjeta de visita. Por eso a quienes les entran ahora oscuros y zafios deseos de hacerme daño, les diré que pierden el tiempo, no porque yo sea imbatible, sino, lisa y llanamente, porque con esfuerzo, aplomo y estoicismo, he conseguido mi objetivo de convertirme en un respetable hombre sin prestigio. Ante sus acometidas seré como el fuego, que convierte en luz cada palo que le dan. Perderán el tiempo en sus arremetidas. Su injusticia les cansará a ellos mucho antes de que me duela a mí su castigo. Besos. (Dedicado a mis detractores favoritos)