Hemos llegado a un punto tal de frivolidad política que lo secundario alcanza ya un valor superior a lo principal. Ahora, por ejemplo, se discute en el Parlamento de Galicia, y entre la opinión pública, si merece mayor reproche que un ministro se entreviste en una gasolinera de Lugo con un empresario que luego fue imputado como supuesto autor de varios delitos, o que ese mismo ciudadano fuera recibido en el despacho oficial del presidente de la Xunta. Es de suponer que tanto el ministro socialista como el presidente de la Xuinta ignoraban en ese momento que el empresario no fuese trigo limpio. O que ni siquiera lo sospechasen. El ministro acudió a la cita en compañía de su chófer y de su escolta oficial, y el presidente de la Xunta lo recibió con "luz y taquígrafos", según dijo en el Parlamento al ser interpelado. Imagino que, con esa frase hecha, el señor Núñez Feijóo quiso decir que no tenía nada que ocultar porque no es usual en la administración pública que los taquígrafos parlamentarios estén de guardia permanente en los despachos de los altos cargos para tomar nota de todo lo que allí se habla. La polémica surgió -ya lo sabe todo el mundo- cuando el empresario imputado, como parte de su estrategia de defensa, dijo haber entregado al ministro 400.000 euros a cambio de unas gestiones a su favor. Un periódico madrileño especializado en adelantar los contenidos de los sumarios que puedan perjudicar a políticos socialistas destapó la supuesta acusación (digo supuesta porque el juzgado no lo ha confirmado todavía) y se organizó la escandalera. El señor Feijóo, que debería ser más prudente porque dos altos cargos de su administración están imputados en el mismo caso, aprovechó la ocasión y se sumó al coro mediático de reproches e ironías contra el ministro. Con independencia del relativo valor que cabe dar al supuesto testimonio de un imputado por varios delitos, el objeto de la reprobación, de la mofa y de la befa general fue la circunstancia de que el ministro recogiese en una gasolinera a un empresario con el que iba a almorzar minutos después en compañía de otra gente del mismo gremio. Según la perspectiva moral de los críticos, citarse en una gasolinera es un detalle propio de hampones, un gesto sospechoso, una indecencia. A las gasolineras, aparte del honrado gremio de ciudadanos que van allí a echar combustible en su vehículo, hacer pis, o comprarse un botellín de agua mineral, o unos caramelos, solo acuden personajes de mala nota, traficantes de sustancias nocivas, parejas en trance de adulterio, y, por supuesto, ministros corruptos con afán de notoriedad. Desafortunadamente, casi todo en política es mercancía de ida y vuelta y unos días después la oposición socialista en el Parlamento gallego desveló que el presidente de la Xunta también se había entrevistado con el empresario en cuestión. "¡Es cierto -replicó Feijóo- pero no en una gasolinera sino en un despacho oficial". ¿Hay alguna diferencia entre tramar una supuesta componenda en sitio o en otro? Yo creo que no. En los despachos de los políticos se han dado toda clase de atropellos contra la ciudadanía y contra el interés general. Y solo hay que repasar los sumarios de los escándalos urbanísticos, o de otra naturaleza, para darse cuenta de ello. Todos los que hemos tenido despacho en la administración podríamos contar más de una anécdota, incluso picante, al respecto. Ocupar un despacho oficial no es un aval seguro de honestidad.