Por ahora parece tener las de ganar, porque está donde está, controlando el aparato. Sin embargo, Pachi Vázquez sabe que para revalidar su liderazgo al frente del Pesedegá y disputarle a Feijóo la presidencia de la Xunta le aguardan tres o cuatro meses de dura brega contra sus oponentes internos, que aún no han salido a la luz pero que están ahí, agazapados, maniobrando en la penumbra y a la expectativa de lo que suceda en el congreso federal de febrero. Nadie duda de que lo que suceda en Sevilla tendrá una notable repercusión en Galicia.

En solo unos días, los aún ministros José Blanco y Francisco Caamaño se han autodescartado como rivales de Pachi, para disgusto de quienes veían en ambos los candidatos más idóneos para encabezar la próxima etapa del socialismo gallego, y con capacidad y legitimidad más que suficientes para plantar cara a un Vázquez especialmente debilitado por los resultados de mayo y noviembre. Con un Blanco tocado de lleno por la operación Campeón, la campaña de las elecciones generales permitió a la militancia, no solo coruñesa, descubrir a Caamaño como un político de perfil populista, buen mitinero, y que conecta de a la perfección con las bases del partido. Pero el de Cee da un paso atrás. Por ahora, se concentrará en su labor de diputado de la oposición en Madrid.

Pachi está relativamente tranquilo. Salvo sorpresa, cuenta con sólidos apoyos en su provincia de origen, Ourense, y en Lugo que tal como están los estatutos en el PSOE gallego deberían bastarle para aguantar el tipo. Solamente podría inquietarle una, por ahora, improbable alianza de las varias corrientes críticas que, por diferentes razones, quieren cambios profundos en la organización. Entre esos sectores, los hay abiertamente incompatibles, a pesar de que les unan vínculos familiares. Cada uno va a lo suyo. Algunos solo pretenden sustituir al actual secretario general (quítate tú para ponerme yo), mientras que otros vienen reclamando, cuando menos desde que el PSdeG perdió la Xunta, un cambio programático y estratégico radical y de largo alcance, en la línea del que ha de plantearse en el ámbito federal.

A tenor de las informaciones difundidas en los últimos días hay al menos dos núcleos antiVázquez en plena actividad para configurar no se sabe si una o más alternativas a la dirección en el congreso gallego. Ninguno tiene aún cara visible. Uno está en el Norte, con epicentros en A Coruña, Santiago, Ferrol y sus respectivas áreas de influencia. En él confluyen gentes que tienen cuentas pendientes con Pachi por distintos motivos y que aguardan el momento de cobrárselas. El otro polo contestatario está en el Sur, en la provincia de Pontevedra, donde el hombre fuerte es el alcalde vigués Abel Caballero, cuyos peones más reconocibles empiezan a lanzar mensajes claros reclamando responsabilidades por la debacle sin paliativos del 20-N.

El proceso de elección de los representantes de la militancia en el congreso federal de Sevilla servirá para medir fuerzas, aunque parece que ahí nadie se va a emplear tan a fondo como lo hará cuando se trate de designar a los delegados en el cónclave gallego. Casi cualquier cosa puede pasar. La historia del Pesedegá evidencia que raras veces, con el partido en horas bajas y en situaciones tan convulsas como la actual, alguien que entra con ventaja orgánica sale ganador neto. Nunca está todo y bien atado. Esa es a un tiempo la fortaleza y la debilidad de una organización política que presume de democracia interna pero que de tanto refundarse o reinventarse resulta tan desconcertante para sus afiliados como para el conjunto de la ciudadanía.

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