Un acuerdo intergubernamental respeta la soberanía de los estados mejor que la reforma del Tratado de la Unión Europea inicialmente propuesta por el tandem Merkozy. Esa es, al menos, la apariencia del guiso cocinado en la cumbre del euro, de la que la cancillera alemana y el presidente francés salen contentos, y no es para menos. A los miembros de la eurozona se han sumado seis con diferentes monedas, y tan solo dos se plantan en el "no", con otros tantos pendientes del dictamen de sus parlamentos. Brillante resultado de las apocalípticas advertencias previas, el codo francés torcido en el tema eurobonos, la restricción al rol de bombero del Banco Central Europeo, que también aporta la bajada del tipo de interés, la amenaza de las dos velocidades y otras acciones y coacciones relacionadas.

Las bolsas europeas tuvieron un buen cierre semanal, y el incordio de Standard and Poors, tanto más acalorado cuanto menos influyen sus "ratings" catastrofistas, ha pesado poco en el metabolismo financiero. A saber a qué viene la manía de estas agencias contra España, cuando a la rebaja de la calificación global añaden la específica de siete autonomías, varias ciudades, quince bancos, etc. No sobraría que nos explicasen por qué Europa no lanza de una vez su propia agencia de calificación, y así manejar ratios elaborados desde la mentalidad y realidad europeas,

Cameron ha tenido que exhibir una vez más, y con notable malhumor, el contradictorio rechazo británico a la unidad monetaria, la que existe, en aras de la unidad política que no existe. Se desconoce el reflejo que esto tendrá en las ventas europeas del Reino Unido -a veces, la insolidaridad se paga cara- pero es obvio que, cuando el continente intenta casi a la desesperada armonizar la fiscalidad y cohesionar los asuntos de recíproca influencia, coexistir con un segundo centro de decisión que va por libre, la City, agrega problemas donde ya sobran.

¿Han asumido los estados la "última oportunidad" que proclamaba Sarkozy? ¿De verdad ha pasado el riesgo de apocalìpsis? Habra que verlo mientras unos y otros siguen cargándose el estado de bienestar, segura víctima mortal de todo esto. El fondo y la forma de la economía europea se tecnocratizan concentrando poder en gobiernos y dirigentes financieros no elegidos, cuyas biografías pasan con mayor o menor intensidad por las "ideologías" Trilateral, Goldman Sachs, etc. El presidente francés, coartada de Merkel para repartir los riesgos del diktat, quería refundar el capitalismo y, finalmente, la Unión Europea. Inasequible al desaliento, la retórica de la grandeur no decae ni en pre-bancarrota. Pues ni lo uno ni lo otro. El acuerdo voluntario de 23 de los 27 tiene mejor cara que el "tragar o morir" de la entrada a saco en la constitución europea. Aunque hoy lo parezca, no es lo mismo votar que acatar.