Saturados de melancolía e incertidumbres, despediremos al 2011 con la influencia viral de un gobierno devastador que deja un horizonte escasamente venturoso. Tanto, que la aspiración cumbre de Galicia, el AVE a Madrid, se ha quedado en un tren de cercanías. Rajoy, que se ha criado rodeado del Aranzadi, cuida mucho sus palabras y arriesga poco: "El traspaso de poderes se ha terminado formalmente", y añade: "Esperamos la documentación justificativa para saber dónde estamos". He aquí el quid de la cuestión. Un Ministerio como el de Fomento que adjudica obras por valor de 30.000 millones de euros anuales exige un examen minucioso de sus actividades. Rajoy se muestra, sin embargo, esperanzado. Como Churchill cree, con optimismo, ver en la calamidad heredada una oportunidad. El pesimista, según el político inglés, ve en la oportunidad una calamidad. Menos esperanzados están los socialistas gallegos con su líder. Exigen otras formas de hacer política, ajenas al estilo bronco y segregador de Pachi Vázquez. El BNG se fagocita solo en su empeño por decirnos cómo tenemos que ser. Su afán identitario se ha diluido en su escasa representatividad y en el señuelo de una memoria perdida. Su versión no recoge los hechos como sucedieron, sino como quisieran que hubiesen ocurrido. ¿Y el PP?, aplaudiendo con las orejas el anunciado tijeretazo de Rajoy. Su líder regional sigue peregrinando por los medios nacionales con gesto de mudanza. Ha de ajustar su organigrama al del gobierno de Rajoy, pretexto oportuno para una remodelación o adelanto del calendario electoral. Feijóo y su elenco han sido una cabeza de puente, que soportó estoicamente el fuego graneado de la oposición, pero no ha resistido incólume el desgaste en algunos flancos. Las medidas impopulares que se avecinan exigen una Xunta sin erosión, una remesa de caras nuevas dispuestas al acribillamiento.

Rajoy completará el AVE hasta Madrid cuando pueda. Zapatero, de un plumazo, al llegar al Gobierno, se cargó el Plan Hidrológico Nacional acordado por consenso, la neonata ley de educación, el Plan Galicia, AVE incluido, el puerto exterior de La Coruña, etc. Los jeremíacos del cantón compostelano están cabreros. Han hecho un Gaias 2 en Lavacolla y esperaban una Estación Termini. Solo les ha llegado, por vía férrea, una especie de Empresa Pereira a Orense. El presunto AVE que arriba a La Coruña, desde el área central, ahorra 7 minutos con relación al tren que está en servicio, pero cuesta el doble. Un capricho paleto y caro.