Escuchaba anteayer al profesor Antonio Izquierdo, sociólogo, mientras nos ofrecía una sencilla, cálida y docta reflexión sobre cómo puede influir la situación económica adversa en la posible aparición de brotes racistas. Sucedió en el activo Centro Cívico Municipal de Los Mallos, en un interesante acto con motivo del Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial, organizado por la organización Equus Zebra y el Ayuntamiento, en un momento crucial para nuestra sociedad, con un contexto europeo un tanto revuelto.

Hoy, reunido para otros menesteres con representantes de la entidad Médicos del Mundo, siempre de referencia, comentábamos más cosas sobre los "ismos". Sobre la etiología de males como el racismo, el sexismo u otros tipos de segregación que surgen del no entendimiento de la diferencia y la diversidad, lo que lleva al desconocimiento del de enfrente, y a su estigmatización a partir del miedo. Un proceso imparable que lleva cada día a destruir personas y culturas, y cuyos principales remedios son la educación y el trabajo en cultura de paz.

Y es que la mejor medicina contra todo tipo de desafección con las personas, individual o colectiva, es la cultura. Nadie medianamente razonable va a cuestionar hoy los derechos o las capacidades de un ser humano, basándose en su raza, su género u origen. El problema es cuando el tópico, el "conocimiento" burdo basado en el prejuicio y la generalización de visiones repetidas hasta la saciedad y distorsionadoras de la realidad de las personas suplantan el verdadero ejercicio de conocer. Este último requiere un esfuerzo, a partir del acercamiento y la aprehensión de una realidad concreta. Mucho más fácil, aunque con resultados a veces verdaderamente estremecedores, es la simple adopción de clichés carentes de cualquier lógica, con los que etiquetar y prejuzgar a cualquiera de nosotros o nosotras, en base a tres o cuatro rasgos que se pretenden tipificar y dar por generalizadamente extendidos, sin mayor justificación.

Yo me quedo con aquella genial respuesta, que he ido viendo atribuida a varios autores, cuando se les pregunta qué les parecen los estadounidenses, los franceses u otros pueblos, según la versión... Impertérrito, nuestro interlocutor siempre contesta "No se lo puedo decir. No los conozco a todos". Genial, ¿no? De la misma forma, por favor no opinen ustedes genérica y colectivamente sobre los latinos, sobre los señores con bigote, las mujeres de Pontevedra, sobre la capacidad intelectual de los gallegos, los griegos o los suecos, o sobre los fans de Grieg o Lady Gagá. Cada persona es un mundo y, a partir de ahí, el noble arte de conocer implica dramáticamente no poder opinar sobre otro de nosotros si no es a partir de un conocimiento efectivo, sistemático y real. Estoy de acuerdo que, con tal premisa de conocimiento exhaustivo siempre absoluto de cualquier realidad, sería difícil manejarse por la vida con un mínimo de operatividad. Pero de ahí a categorizar al prójimo solo en función de su origen, su raza u otros parámetros propios de su biografía, va un mundo.

Bueno, aquí me tienen, hablando con ustedes de "ismos". De racismos y demás familia. De respuestas torpes y poco elaboradas, como respuesta a situaciones complejas que es preciso entender y desmenuzar. Y donde, desde mi punto de vista, no se puede abandonar la idea de que todas y todos estamos convocados y somos necesarios como parte indispensable de la sociedad, y que solo con la mejora de la situación colectiva es posible un paradigma de inclusión y fortaleza social, de participación y de nuevas posibilidades.

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