Hace días mi admirado Mario Clavell escribía en su rincón periodístico sobre los perjuicios causados a las criaturas que nacen sin padre -sin padre conocido se entiende, porque uno biológico hubo- y salía al paso de esta moda norteamericana que llega a otros países. Nuestro conselleiro de Educación, en una reciente charla ante asociaciones de padres, recordaba el papel fundamental de las familias en la educación de los hijos, recomendación que se apoya en la receta de Concepción Arenal: "La sociedad paga bien caro el abandono en que deja a sus hijos como todos los padres que no educan a sus hijos". Aparcando lo de los hijos sin padres conocidos, se me ocurre un disparate aplicable al caso de aquellas familias que no ejercen educativamente como tales, y puestos a pagar caro lo que se pronostica por esa dejación, que empiecen a pagar ahora con una tasa, multa o impuesto al despreocuparse por la educación de los hijos. Veríamos qué pasa. El desatino ahí queda, pero es muy posible que los padres exigiesen antes -ojo al parche, conselleiro- la libertad de educar a sus hijos en los centros que ellos deseen.