En septiembre damos inicio al curso más inquietante que se recuerda. Cataluña solicita formalmente el rescate, incapaz de hacer frente a sus necesidades presupuestarias. De poco ha servido la feroz restricción económica que impuso el conseller Mas-Colell ante el desplome del consumo, el cierre del mercado de crédito y la escasa financiación que llega del Gobierno central. Es de prever que, más pronto que tarde, la mayoría de CC.AA. se vean obligadas a adoptar una medida similar, poniendo en riesgo todo el engranaje territorial. Algunas hipótesis ya apuntan hacia el rápido debilitamiento del poder autonómico, en favor de las diputaciones y del Estado central. En este sentido, la antigua propuesta de Miguel Herrero de Miñón, que limitaría la autogestión a las tres autonomías históricas (Euskadi, Cataluña y Galicia), adquiere una renovada actualidad. Entre el desencanto y la crispación, cabe hablar del principio de una nueva Transición que precisa la lealtad y la generosidad de las elites políticas y empresariales si se quiere evitar el hundimiento definitivo de la riqueza del país. Situados ante el abismo del rescate, el editorial del Financial Times exige a Mariano Rajoy que deje de pensar en clave electoral (el temor a perder Galicia) para concentrarse en combatir el paro. Con las cartas marcadas, el tempo de Bruselas juega en nuestra contra: ¿se cruzarán líneas rojas? ¿Cuántas comunidades serán intervenidas? ¿Peligran las dos pagas extras de los funcionarios? ¿Se atreverá Moncloa a introducir nuevos factores de competencia en sectores protegidos, como las farmacias, los taxis, las notarías o el Registro de la Propiedad? ¿Recortarán las pensiones? ¿Y qué sucederá con el subsidio del desempleo? A nivel político, se auguran fuertes tensiones separatistas en Cataluña y el País Vasco. El caso catalán es especialmente sintomático, ya que evidencia el fracaso de la narrativa del catalanismo moderado -el viraje de CIU, sin ir más lejos-, con su tradicional retórica de la conexión entre Madrid y Barcelona. Asistimos, por tanto, a un momento histórico singular, cuyas implicaciones transcienden la geografía española. Algunos apuntes sólo: Romney vs. Obama; el shock demográfico; Siria y la primavera árabe; la amenaza iraní; el futuro del euro; la ralentización económica en China, Brasil y los demás emergentes; el seísmo del deterioro fiscal en todo el mundo desarrollado, con EEUU y Japón como dos de los probables epicentros. Como reza la canción de Dylan, The Times They Are a-Changin'...

La gran lacra de la situación actual es, sin embargo, la económica, con el paro masivo, el debilitamiento de la clase media y el pesimismo general que acecha en el horizonte. Tras la rabiosa subida del IVA cederá el consumo, al tiempo que se extienden los ERE en la administración pública y las cajas de ahorro, por citar dos sectores. ¿Cómo romper este círculo vicioso que atenaza la marcha de la recuperación? No se sabe, aunque soy más optimista que antes. A medida que tocamos fondo, determinadas decisiones se convierten en ineludibles. Los dos meses de tregua del verano han servido para negociar en Bruselas y en Frankfurt unas condiciones menos duras que las griegas para el rescate. Gradualmente, Mario Draghi ha logrado reducir el coeficiente riesgo-país. Las empresas españolas trabajan cada vez con mayor eficiencia en un entorno global altamente competitivo. Queda mucho por hacer y la salida será, sin duda, lenta y dolorosa. Quizá no recojamos los frutos hasta la próxima década, tras un lustro de repetidos movimientos sísmicos. Pero no les quepa duda: de ésta también saldremos.