Los países emergentes, en los que sólo vemos ahora una temible competencia para nuestras industrias y una seria amenaza para el empleo y los salarios en Occidente, pueden convertirse, con el inevitable crecimiento de sus clases medias, en importantes emisores de turismo.

Pensemos, por ejemplo, en Brasil o en la India. Recuerdo la sorpresa que siempre me producía ver en Suiza a familias indias subiendo a los trenes helvéticos para admirar los paisajes alpinos.

Era una consecuencia del efecto Bollywood: algunas escenas de películas indias de tema folclórico y con sus actores favoritos se habían rodado en los Alpes, y muchos ciudadanos de ese país que las habían visto no querían perderse los paisajes originales.

Y quien dice indios, dice chinos. Estos viajan en número cada vez mayor al extranjero: 57, 3 millones lo hicieron en 2010 y para el 2020 se calcula que serán 100 millones. Actualmente viajan desde las tres o cuatro mayores ciudades del país, pero el Gobierno proyecta la construcción de 70 nuevos aeropuertos en un plazo de tres años, y el objetivo final es llegar a los 230.

Y lo que es tan importante como el simple número de viajeros es su capacidad de consumo: quienes salieron del país en 2010 gastaron 35.000 millones de euros, y, si se confirman las previsiones optimistas de los expertos, en 2015 duplicarán con creces esa cifra.

El país favorito de los viajeros chinos es Francia, con más de un millón de visitantes de esa nacionalidad, el año pasado, seguido de Alemania, Suiza y España.

Nuestro país se prevé que gane posiciones y adelante por primera vez a Italia con 300.000 visitantes previstos para el año actual, un gran salto con respecto a los 198.000 del año pasado.

Franceses y alemanes tienen la ventaja de enlaces aéreos directos con Pekín desde París y Frankfurt y han facilitado además en sus consulados la obtención de visados para los ciudadanos del país asiático: basta un visado para el área Schengen, a la que no pertenece, sin embargo, el Reino Unido, que figura de momento en cuarta posición, detrás incluso de Austria.

Los italianos parecen preocupados por quedar pronto relegados al cuarto puesto, detrás de España, como señalaba el semanario L'Espresso en reciente reportaje, y buscan formas de atraer al turismo del gigante asiático: por ejemplo, intentan convencer a los chinos para que rueden películas y spots publicitarios en su país.

La Toscana, una de las regiones más turísticas del país vecino, ha prestado apoyo a una producción china de ficción en 40 episodios titulada en inglés The China story, ambientada entre la ciudad de Lucca y la capital francesa y que se difundirá por varios canales de TV chinos, lo que le garantiza una audiencia de más de mil millones.

Por otro lado, el ENIT, la Agencia Nacional de Turismo de Italia, ha invitado a diez escritores chinos y a otros tantos fotógrafos para que hagan un reportaje que se publicará en su portal de internet y será promovido por un motor de búsqueda chino.

Algunos museos de los países más visitados como Francia tienen ya folletos traducidos al chino mandarín y en algunos de esos países se acepta la tarjeta de crédito china China Union Party (Cup), facilidad esta última que ha hecho que por ejemplo unos grandes almacenes como Harrods's , de Londres, que han instalado 75 terminales en las que pueden utilizarse esas tarjetas, hayan visto aumentar fuertemente su clientela china.

Muchos viajeros chinos ven en Europa un lugar donde adquirir artículos de marca que en su país cuestan muchas veces más. Global Blue, firma especializada en las compras libres de impuestos, calcula que muchos de los turistas chinos que viajan a Europa disponen de un presupuesto de unos 11.000 euros para ese tipo de compras.

La industria relojera suiza, por ejemplo, ha registrado una cuota china de mercado de cerca del 30% del total, y las pernoctaciones de ciudadanos de ese país en ese país han aumentado por su parte un 30%.

También en Francia las galerías Lafayette, así como los grandes almacenes Printemps, aceptan la carta de crédito china mientras que en el Reino Unido, Burberry ha contratado a personal que habla no sólo chino sino también otros dialectos regionales.

En Londres, la New Bond Street, calle de boutiques de lujo que enlaza Piccadilly con Oxford Street, uno ve con cada vez mayor frecuencia a turistas chinos, que imitan así las pautas consumistas de rusos y árabes adinerados.

Que vienen los chinos, se decía antes para alertar de un supuesto peligro amarillo. Ahora en los comercios más lujosos de las capitales occidentales se los recibe con los brazos abiertos.