No sé si se acercan ustedes habitualmente a la zona de A Barcala, al lugar donde estaba situada la fábrica de Cereol, antes Bünge o Kelsa -Koipe Elosúa-. El caso es que yo sí, de paso por la autopista AP-9. Y les aseguro que, sobre todo por las mañanas, temprano, a mí me sigue oliendo a pipas, como antaño, en las cercanías de esa factoría que ya no existe. No sé si puede ser debido a la actividad de alguna otra fábrica, pero les aseguro que la sensación es exactamente la misma que en el caso de la antedicha.

¿Y qué me dicen del olor en el ámbito de los terrenos del antiguo complejo de La Toja en Sigrás? Hoy se dedican al comercio, pero allá donde se fabricaba el Magno, creado ya hace años por el Sr. Prieto, al que tuve el honor de conocer, a mí me sigue oliendo a perfume y a detergente.

¿Somos, acaso, cautivos de los olores que nuestros sentidos recogieron en otros tiempos? Pues no lo sé, pero lo cierto es que la memoria olfativa es importante y tiene un papel clave en los recuerdos. ¿Quién, al recibir una determinada sensación de olor, no se ha visto retrotraído a situaciones muy concretas vividas en el pasado? Yo les aseguro que, con frecuencia, esto me ocurre.

Tengo muchos más recuerdos ligados a los olores de antaño. Y no solo de fragancias y buenas sensaciones olfativas... Hace años, dedicándome a soluciones de producción de energía, visité una conocida fábrica de piensos del entorno de la ciudad. Y, habiéndome confundido de nave, entré con mi Peugeot 205 en el interior de un almacén donde, listas para su introducción en un enorme digestor, se almacenaban carcasas de terneras y montañas de pescado... No describiré la escena, por no dañar su sensibilidad. Pero les aseguro que el olor, ese olor, sigue también en la nómina de mis recuerdos olfativos.

Hoy mismo, mientras salen publicadas estas líneas, me tienen ustedes realizando las pruebas para la obtención del PER, el título de Patrón de Embarcaciones de Recreo. Ya ven, uno que tiene la manía de hacer las cosas en serio y a través de los canales establecidos, y no a través de las triquiñuelas que, presuntamente, se han publicado últimamente en relación con el acceso a tal titulación náutica... No creo que me vaya bien, debido al poquísimo tiempo que le he podido dedicar... Pero, si no sale esta vez, no cejaré en el empeño. Seguramente porque el mar, su entorno y, específicamente, algo de navegación a vela, me han reportado grandes satisfacciones. No hace falta decirles, porque lo compartirán, que el mar es una gran fuente de olores. Y algunas de las sensaciones ligadas a la práctica de cualquier actividad en el mismo van impregnadas, de forma deliciosa, a los aromas con que este nos obsequia.

Precisamente alguno de los olores del mar -quizá a ocle o, simplemente, a mar- son mis favoritos. Este y, como no, el olor a hierba recién cortada, el del monte después de la tormenta o, siempre, el de algunas flores y plantas. Muy, muy especialmente, les confieso, el de determinadas plantas fluviales, a la ribera de los ríos, que llegan a embelesar.

Por cierto, ¿qué olores les gustan a ustedes? Ya me contarán...

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