Con la señora Merkel de visita en España, hay que seguir aportando datos sobre la influencia de Alemania. El país que nos prescribe la dolorosa receta para remontar la crisis financiera mientras el capitalismo anglosajón azuza contra nosotros a los mercados desde los centros de negocio de Nueva York y de Londres. Así está planteado este juego siniestro del que saldremos trasquilados y con los derechos sociales por los suelos. Hace unos días, citaba yo unas opiniones del periodista sevillano Chaves Nogales a propósito de la influencia alemana en la política española de principios del siglo XX a la que infectó de matonismo y de estructuras fascistas. Por supuesto, ya no es lo mismo. El nazismo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial y Alemania fue refundada dos veces. Una, al término de la contienda bajo la dirección de un veterano político democristiano, Konrad Adenauer, y con las potencias vencedoras como ocupantes del territorio. Y otra, tras la caída del muro de Berlín y la anexión inmediata de la RDA por la Alemania Federal, con otro político democristiano, Helmut Kohl, en la cancillería de Bonn. La mitad occidental de esta Alemania escindida ayudó decisivamente a financiar la incipiente democracia española a partir de la muerte de Franco dando dinero de derecha a izquierda, con la salvedad del Partido Comunista de Santiago Carrillo por un lado y de Blas Piñar por el otro. Y después aun siguió abriendo la cartera para dotarnos con los Feder, aquellos fondos multimillonarios por los que Aznar le llamó "pedigüeño" a Felipe González (¿qué no tendría que decir ahora de Rajoy, que se pasa el día con la mano tendida como los pobres a la puerta de la iglesia?). La influencia de Alemania respecto del territorio que hoy llamamos España viene de muy lejos. En cierto sentido, empezó con los visigodos y con las otras tribus germánicas que se abalanzaron sobre las posesiones del decadente imperio romano, siguió durante lo que impropiamente llamamos Reconquista, y alcanzó su máximo esplendor cuando un príncipe de la Casa de Austria, Carlos I de España y V de Alemania, ocupó el trono de sus abuelos maternos, esos que pasaron a la historia bajo el sobrenombre de Reyes Católicos. El resto es conocido y nos lo sabemos de memoria todos los escolares. El linaje germánico se mantuvo durante más de un siglo (1517 hasta 1700) y concluyó con Carlos II el Hechizado, que dio paso a los actuales Borbones, una casa francesa. Con esos antecedentes históricos, compatibilizar el carácter alemán con el español no debería ser tan complicado, y hay una base para que el señor Rajoy y la señora Merkel se entiendan en el negocio que les ocupa. Aunque no faltarían entre los propios alemanes quienes lo dudaran, tras detenerse a estudiar sus rasgos de carácter. Según el escritor Joseph Roth, es difícil entenderse con los alemanes porque odian lo tradicional y lo persistente. "Desde el siglo XI -dice- han cambiado de religión nada menos que dos veces y de lengua materna nada menos que tres". Curiosamente, hasta en eso nos parecemos. Aquí también odiamos lo tradicional (según se percibe en el desastre urbanístico), tuvimos tres religiones andando a la greña entre ellas, y tres idiomas en parecidas peleas.