Si necesita un autocar en Cataluña para el día 11 va a tener que hacer un montón de llamadas. Cientos de ellos están comprometidos para llevar gente a la manifestación independentista convocada en Barcelona. Saldrán además varios trenes especiales. Ninguna convocatoria ha registrado antes una movilización previa de tal alcance, lo que hace prever una participación por encima de la guerra de cifras, a la altura de las históricas de 1977 (la primera Diada legal en Barcelona), o de 2010 contra la sentencia del TC que invalidó partes fundamentales del estatuto de autonomía.

El lema de los convocantes es Catalunya, nou estat d'Europa. No hay que ser ningún médium televisivo para profetizar el voleo de miles de senyeres estelades (banderas estrelladas), símbolo independentista desde hace casi un siglo. ¿Habrá que concluir que todos los asistentes exigen la independencia para el día siguiente? No está tan claro. Muchos de quienes desfilen habrán votado a Convergència, la formación de Artur Mas, y lo volverán a hacer, pero Convergència no es formalmente independentista. Aunque el partido está lleno de militantes que suspiran por la plena soberanía. Es una cuestión de gradualidad, y también de no asustar a un gran sector de votantes que solo pretenden mejorar las condiciones de permanencia en España.

No hay duda de que se da en Cataluña una escalada de las posiciones soberanistas, así en la calle como en el gobierno. Debatir quién alimenta a quién es discutir sobre la relación entre el huevo y la gallina. Artur Mas querría que el país fuera una sola voz por la propuesta de pacto fiscal aprobada por el Parlament, pero la Assemblea Nacional Catalana, un grupo más allá de los partidos, ha marcado el ritmo y es a su llamada a la que han respondido miles de personas. Ante la evidencia que su propia militancia participaría en la marcha, Convergència se ha sumado a ella, aunque desfilará tras una senyera sin estrellar, y Mas no estará, para no involucrar a la presidencia como tal. Una cosa es previsible: Se van a escuchar muchos gritos de "in-de-pen-dèn-ci-a" y pocos de "pac-te-fis-cal". Lo sencillo se impone a lo complicado.

La propuesta de pacto fiscal, equivalente a un sistema de concierto foral a la vasca, y que para algunos equivale a la independencia financiera, no es un invento de Mas para tapar los ahogos de liquidez que le han llevado a pedir anticipos y rescates. Formaba parte del programa con que se presentó a las elecciones de 2010, y lo teorizó en los años previos. En realidad, durante los debates del nuevo estatuto, en 2006, los socialistas estaban de acuerdo en que el sistema de financiación debería producir los mismos efectos que el sistema vasco, aunque el camino fuera distinto. Y el acuerdo parlamentario sobre el pacto fiscal fue suscrito por el PSC en la parte en que propone "conseguir la plena capacidad de decisión sobre todos los tributos soportados por Cataluña". La discrepancia está en si la gestión debe estar solo en manos de la Generalitat o, como proponen los socialistas, la debe gobernar un consorcio de las dos administraciones.

Por descontado, la crisis económica, con su corolario de recortes, retrasos e impagos, ha puesto bajo los focos un tema que antes despertaba un interés más limitado. Cuando se cierran plantas de hospital y se reducen ayudas sociales, el ciudadano es mucho más receptivo si le cuentan que el déficit de la balanza fiscal de Cataluña con España es del 8% del PIB, y que el estado incumple compromisos de financiación. Cuando el gobierno catalán dice que los cinco mil millones del rescate no van a ser ningún favor sino "algo que ya hemos pagado", en el resto de España suena raro o incluso presuntuoso, pero en Cataluña se entiende perfectamente.

Lo malo para Artur Mas es que el pacto fiscal, del que va a hablar el próximo día 20 con Rajoy, es una apuesta estructural para un nuevo marco de financiación de la Generalitat, algo que en el mejor de los casos se implementaría progresivamente dentro de unos años, mientras que los problemas que le acucian son urgentes: llegar a fin de mes con unos ingresos menguantes, los bancos cerrados y la deuda degradada hasta el bono-basura. Tema urgente van a ser las condiciones políticas del rescate, algo muy sensible para un gobierno nacionalista. De ello querrá hablar también con Rajoy, y tal vez espera que una gran manifestación, entendida como una especie de rugido nacional, ablande la receptividad del gobierno central. Así lo entienden también muchos de quienes se manifestarán, porque en Catalunya, según los sociólogos, no hay tantos independentistas como gente va a salir a la calle, pero sí que hay un amplio consenso en culpar al estado central del ahogo catalán.

Y lo malo, también, para Mas, es que no dispone de mayoría absoluta y debe encajar cada día un sudoku de apoyos que funciona como una manta corta. Cuando tensa la cuerda soberanista molesta al PP, que le ha ayudado a aprobar presupuestos y recortes, pero si la afloja puede perder votos nacionalistas en dirección a ERC, que está ahí con la exigencia alta. En la calle de en medio estaría el PSC, pero se muestra poco receptivo y lleva un lío interno de órdago. Pero el President es un maestro de la llamada "geometría variable", capaz de mandar a los suyos a la manifestación y mantenerse al margen para seguir pactando según convenga y pueda.