Yo no soy forense, pero a veces me lo imagino. También me imagino que soy piloto de Fórmula 1 y submarinista. Entre ser una cosa e imaginarla hay la misma distancia que entre el programa electoral de Rajoy y la realidad. Quiere decirse que el programa de Rajoy era una fantasía que no había pasado por el banco de pruebas de la vida. Rajoy no había sido nunca presidente del Gobierno, pero por las noches, en la cama, dejaba suelta la imaginación y se veía dirigiendo el Consejo de Ministros. Hay fantasías cuya textura se acerca bastante a la de la existencia real. Esta debía de ser una de ellas. De este modo, como el que no quiere la cosa, Rajoy imaginó que ganaba las elecciones y que solo con el hecho de ganarlas la crisis desaparecía y podía bajar otra vez los impuestos y construir más aeropuertos sin aviones y hacernos felices a los españoles, pues esto de la felicidad también estaba incluido en su programa fantástico.

No sabemos cómo, pues la lógica de la fantasía es inasible, la mayoría de este país se apuntó a ese delirio y Rajoy ganó unas elecciones reales con una mayoría que, en principio, le habría permitido aplicar su programa de manera automática. Pero, qué pena, no habíamos contado con la realidad, que le está haciendo la pascua. Quiere decirse que hasta en la fantasía más loca, y dado que los sueños nos gastan a veces la broma de cumplirse, deberíamos incluir una pizca de circunstancias verdaderas. Como Rajoy no incluyó una sola, se le ha roto el cántaro de la leche que, fiel a su naturaleza líquida, no se deja recoger.

¡Pobre Rajoy! Pero me he desviado del tema. Decía que a veces imagino que soy forense y que investigo, por ejemplo, los restos de una hoguera practicada por un presunto criminal. Entre las cenizas hallo fragmentos de papel, de ropa y, lo que es más raro, dientes y huesos de pequeños roedores. En mi fantasía, intento imaginarme a un criminal echando ratas al fuego, una detrás de otra, lo que no me parece verosímil. Entonces analizo los restos otra vez, de forma más concienzuda, y resulta que pertenecen a seres humanos. La diferencia entre lo que yo imagino y la realidad es que en la realidad tardan once meses en darse cuenta de que lo de los roedores era absurdo.