Resulta chocante que una sociedad con los problemas de la nuestra se disponga a construir dos supermercados del ocio, uno en Madrid y otro en Barcelona. Es como si en un centro de niños mancos pusieran futbolines. Pero, hombre, por Dios, ¿no se dan cuenta de que tenemos una depresión de caballo, de que casi no nos levantamos de la cama, de que la tristeza cotiza al 21% ? ¿No ven que hasta las mamografías están a punto de ser consideradas un lujo asiático? ¿No se dan cuenta de que el típico cuaderno escolar de rayas o cuadritos tiene, a efectos fiscales, la misma consideración que un bolso de Loewe? ¿Con qué ánimo vamos a ponernos a construir dos mega-complejos de diversión tumultuosa? ¿Quién los va a llenar?

Decía el otro día nuestro genial ministro de cultura que los cuadernos escolares han pasado del IVA pequeño al grande porque resulta imposible saber cuándo los compra un niño de primaria y cuándo un arquitecto. Pero es que aún en el caso de que se pudiera discriminar, añadimos nosotros, muchos arquitectos mandarían a sus niños a adquirir los cuadernos para pagar menos. Se daría una circunstancia semejante a la que ocurre ahora en las puertas de las tiendas de licores, cuando un adolescente se dirige a un adulto para que le compre una cerveza. Los arquitectos se apostarían a la entrada de las papelerías y abordarían a los niños para que les compraran cuadernos cuadriculados.

Los arquitectos llevan una mala racha. De un lado, lo del IVA; de otro, lo de Esperanza Aguirre, la promotora furiosa de Eurovegas, que pretende fusilarlos. Pero si fusila a los arquitectos, ¿quién va a construirle los casinos? Todo es un sindiós. A estas alturas, el ministro de los cuadernos aún no ha dimitido. A lo mejor ni siquiera se ha dado cuenta de la tontería que dijo acerca de cómo discriminar a los niños de los profesionales hechos y derechos. Quizá no tenga nadie en casa o en el ministerio que le dé un codazo cunado se pone surrealista. Aunque para surrealistas, como decíamos al principio, esos dos espacios de diversión que nos disponemos a construir para una sociedad deprimida cuyo presupuesto militar ha aumentado un 30%, quizá para que nos peguemos un tiro.