Tras marcarse un corte de mangas y sacarle la lengua a la mujer del otro matrimonio; después de hacerle a la misma una peseta con el dedo corazón de la mano izquierda ("Mira qué peineta me he comprao pa la feria") y luego de repetir el gesto con la derecha ("Y mira: la otra que le hace compañía"); una vez que la amenazó ("El límite, ¿eh? Como te pases del límite con mi hija te parto tol hocico. Tíos más grandes me he cargao"); concluido todo ese muestrario, digo, de buenas maneras, suavidad en las formas y tolerante equilibrio, una participante en esa cosa que se llama Me cambio de familia y que emite Cuatro concluyó: "Te puedo asegurar al cien por cien que la vaca eres tú. Tu casa está comida de mieeerda. Tienes un negocio que no vale ni pa tomar por culo. Mi hijo caga en el salón porque está en su puta casa". Un servidor no daba crédito.

Cada programa en cuestión va de dos parejas cuyas mujeres se intercambian un tiempo de casa para tratar de adaptarse a un modo de vida diferente al suyo e implantar, si pueden, las normas de convivencia que ellas consideran más justas o mejor. Me encontré mientras zapeaba el episodio que les acabo de relatar (Familia Almagro-Familia Mdjamel) y tiempo me faltó para abalanzarme como un poseso sobre la página web de la cadena en busca de más. Me gusta, sobre todo, la parte final, cuando se sientan cara a cara a resumir su experiencia. Con qué interés cuidan de la limpieza hogareña: "Tú no haces nada, tu casa está llena de mierda", dice una; "Tú no me vas a pisar, porque tú eres una mierda al lao mío, así que te callas la boca", le responde la contraria. Con cuánta delicadeza defienden la sinceridad: "Tus hijos son un encanto, tengo dos cojones para decirlo", sostiene una dama; "Eres una falsa del quince, eres una puta fantasma, tía, eres una mentira, eres una puta mentira, tía", afirma otra esposa. Con qué esmero velan por la decencia: "Que te paseas por allí que te ven todos los vecinos con el coño al aire, qué me estás contando", resume ésta; "Ya te gustaría tener el culo que yo tengo", responde aquélla. Con qué conocimiento de causa se aplican a la corrección idomática: "Me cuesta entenderte, porque hablas como el puto culo, tía", se lamenta esotra; "Desde el primer día que entraste en mi casa te contradeciste", sostiene la de más allá. Con qué respeto no exento de piedad se hablan ellas: "Sólo te he amenazado, has tenío suerte. A mí no me callas tú porque no se me pone en la punta de la polla". De vez en cuando, intervienen los maromos, el elemento masculino, muy masculino y muy elemento uno de ellos a juzgar por el número de testículos que cree debe un hombre poseer: "Hace falta un tío con dos pares de cojones. Tu mujer, aparte de tu mujer, es una guarra".

Yo no sé si les pagan a estos seres humanos por tanta degradación. No sé si compiten por ser la pareja más abyecta y más bajuna. ¿Serán actores y serán actrices extraídos de alguna compañía presa del hambre más extrema? Si fuera así, que no parece que lo sea, ¿qué mente demente urdió tal programa? El horror, el horror? Porque lo que más espeluzna es el concepto que tienen esas mujeres sobre sí mismas: cultas y educadas se ven. "Tengo mucha más cultura y mucha más educación que tú"; "Escucha tus palabras: educar a tus hijos, tú no sabes lo que es la educación"; "Tengo más educación que tú. A mí me puedes llamar 'perra judía', que me la sopla", se reprochan. Lleno de espanto, pregunto: ¿qué nos está pasando?, ¿tan locos nos hemos vuelto ya?, ¿será el aire que respiramos?, ¿será el agua que bebemos?, ¿llegó ya el fin de los tiempos, estamos muertos y no nos hemos enterado?