Buenos y felices días les deseo en este único e irrepetible 15 de septiembre de 2012. Un nuevo día, en que aquí volvemos a encontrarnos con ánimo de repensarnos y tratar de sacar algo en común que nos sirva para el futuro. Ahí estamos.

Hoy quiero compartir con ustedes un tema sobre el que tuve oportunidad de debatir estos días en diferentes foros de amigos ligados al municipalismo. Hablábamos de cooperación internacional. Y la cuestión es si, cuando hay que apretar el cinturón y mirar un poco más la peseta, tiene sentido seguir apostando por estas políticas.

Sé que es un tema difícil de plantear así, en frío, y que muchos de ustedes optarán por el no rotundo, porque "con lo que tenemos aquí"... Sin embargo, no creo que les sorprenda si les cuento que yo soy de los que defienden con fuerza el mantenimiento, e incluso el refuerzo, de este tipo de políticas. Y no por pose o por determinados corporativismos, no. Dedicaré el resto de estas líneas a poner en común con ustedes alguno de mis argumentos.

El primero, como no puede ser de otra manera, la justicia social. No podemos volver la cara para otro lado, cual Mr. Scrooge postmodernos... El destino de muchas personas viene marcado indeleblemente por su origen, por su lugar de nacimiento... Y todas las medidas orientadas a cauterizar eficazmente esa herida no resuelta en el seno de la Humanidad son buenas. Los estándares de vida a los que me refiero distan tantísimo de cualquiera de los nuestros -y sé de qué hablo en uno y otro sitio- que para mí es natural que movilicemos una parte pequeña de nuestro presupuesto para paliar hambre y sed, en primer lugar. Y dinamismo económico creativo para atacar las causas estructurales de la pobreza, en un segundo término.

En segundo lugar, por solidaridad. Solidario, en Física, es aquello que se mueve conjuntamente. Y soy de los que piensan que, como seres humanos, no podemos dar la espalda a una parte de nuestros congéneres, estén aquí, en Lichinga, Santa Cruz de la Sierra o Kuala Lumpur. Todos vamos en un mismo barco, en un entorno altamente cambiante, y la ayuda que hoy pueden demandar en Nigeria mañana a lo mejor también la necesitamos nosotros, como así fue no hace tanto. Hemos de construir nuestro éxito -aunque sea relativo- mirando también hacia los demás.

En tercer lugar, porque precisamente las sociedades más inclusivas son, por definición, más exitosas. Europa, como paradigma de la protección social, ha liderado el mundo en la edad moderna con más altas cotas de igualdad, seguridad y armonía que ningún otro territorio. Analizando sólo los aspectos macroeconómicos, quizá otros lugares recojan a partir de ahora el testigo... Pero viendo la distribución de riqueza real de unas y otras naciones, los números cantan. Crear riqueza sin políticas de reparto y promoción de la igualdad genera turbulencia, inseguridad, submundo y desasosiego. Hacerlo desde una apuesta decidida por la colectividad es el mejor remedio contra estos fenómenos. Pues bien, la cooperación internacional permite extrapolar esto a entornos regionales, en un momento de mundialización y fronteras realmente permeables.

Y es que, cuarto, apostar por la generación de valor en cada uno de los territorios afectados por una mayor vulnerabilidad es la mejor medicina para crear arraigo y respuestas locales a las crisis. A esta y a las que vendrán. Si somos capaces de generar tal capital in situ, mejoraremos la protección de los seres humanos contra las veleidades económicas, medioambientales o de otra índole que puedan afectarles.

El quinto argumento es la Historia. Las mismas políticas del Fondo Monetario Internacional y de los bancos multilaterales de crédito que hoy nos ahogan hasta cierto punto, han provocado en el pasado el desarme arancelario y la generación de deuda masiva en otros países. Estos, arruinados, han perdido cualquier tren de progreso, incluida sanidad y educación. Y, entonces, han caído en la espiral de la exclusión generalizada. Si sumamos a ello otros factores exógenos, el desastre está servido. Y ningún país del mundo puede declararse hoy libre de participación en las dinámicas globales que, aparte de generación de oportunidades y progreso, también han causado heridas colaterales de este ámbito y calibre en terceros países.

¿Quieren un sexto argumento? El pedagógico. Nuestros pequeños han de ser imbuidos en la cultura de la solidaridad global, si queremos verdaderamente fabricar ciudadanos sensibles y preocupados por desastres mundiales -sociales, económicos, medioambientales, catástrofes naturales- que les afectarán de una manera u otra. Si desconectamos su cordón umbilical con el mundo, quedarán huérfanos de una parte de su propia naturaleza.

Hay más. Pero me paso sobradamente ya del espacio disponible y no quiero llegar a aburrirles. Ya me contarán qué les parece, porque el tema tiene enjundia, y afecta directamente a ciudadanas y ciudadanos vulnerables que, independientemente de que ustedes no hayan tenido contacto con ellos, existen y esperan lo mejor de nuestra sociedad como única posibilidad de no perder definitivamente su partida.

Creo en la cooperación internacional, sí, y creo que, a pesar de todo lo de aquí -que no es poco- es importante seguir en la brecha, en la medida de lo posible...