Hace seis años hubo en Barcelona una gran manifestación, un millón dijeron, contra la sentencia del TC sobre el nuevo estatuto catalán. La del día 11 tuvo el mismo éxito pero con un lema distinto, más rotundo y arrogante. Se explica el éxito porque junto a los partidos declaradamente independentistas pero minoritarios, CiU desplegó todo su potencial en la convocatoria y el Gobierno echó el resto desde todas sus terminales mediáticas. Además, contó con la complacencia o la discrepancia educada y sobria de importantes gentes del PSC como la de la propia Carme Chacón. Sólo el PP rechazó la convocatoria. Lo nuevo ha sido el giro radical de los convergentes que renunciaron al equilibrio y sensatez de otros tiempos. Un giro radical que no presagia nada bueno para CiU ni para el interés general de Cataluña. Cataluña es una comunidad líder en España en muchos aspectos: económicos, cívicos, culturales, científicos, académicos, de servicios; líder incluso en la inevitable adopción de medidas de austeridad. Un liderazgo por el que ha tenido siempre un general reconocimiento entre amplios sectores de la sociedad española. Un reconocimiento por el que ha recibido un trato deferente en la opinión pública y por parte de los distintos gobiernos democráticos. Entiéndese por deferencia el trato amable, considerado, condescendiente a veces, que se tiene con alguien por respeto, por cortesía, por el reconocimiento de su pujanza, de su liderazgo, de su superioridad en el mejor sentido de la palabra. Pero quien goza de esa deferencia ha de corresponder sin arrogancia, sin amenazas, sin soberbia, porque provocará la exasperación, la burla, las críticas y puede que hasta una respuesta un punto vengativa. Messi, Iniesta y Xavi se han ganado el reconocimiento y un trato deferente además de por su juego por no quejarse, si pierden, del arbitraje, del césped, del error del compañero o de las incomodidades del viaje. CiU yerra con su discurso extremo. El pacto fiscal a la vasca no cabe y lo del referéndum es infantil. Su Estatuto no le permite un referéndum, pero sí celebrar encuestas y consultas. Si lleva a consulta la propuesta independentista de forma escueta y clara, la respuesta no será vinculante pero sí un dato más significativo que una manifestación. Jugar con su potente economía, con su renta per cápita superior hoy a la media europea, con la salida de la UE y con la provocación de un previsible conflicto con la mayoría no independentista no favorece el objetivo proclamado en el lema de la manifestación, reiterado por Mas en Madrid. Lo que necesita Cataluña no es un Estado sino una dirección política más sensata y autocrítica.

Próximas las autonómicas gallegas se me ocurre pensar si no haría bien el PSdeG en preguntarse si haber matrimoniado para siempre jamás con el nacionalismo no será la causa profunda de su incapacidad para superar aquí al PP. Hay un voto progresista en Galicia que no quiere cuentas con el nacionalismo, lo encabece Quintana, Jorquera o Beiras, y visto lo visto, lleva razón.