11-S y 15-S. La primera es la tradicional reivindicación del nacionalismo catalán renacido desde Prat de la Riva, un movimiento siempre incómodo para el nacionalismo español más rancio.

En ocasiones fueron parte de la larva, fueron punta de lanza de la que renació la democracia en España, la que fue abriendo caminos para que el resto, a su rebufo, hace 50 años considerasen a la histórica Asamblea de Catalunya como la organización unitaria que agruparía desde la abadía de Montserrat a todos los demócratas españoles que constituirían después juntas, convergencias, platajuntas... toda suerte de entes unitarios que adoptaron aquel mascarón de proa que fue: libertad, amnistía y estatuto de autonomía, trípode que sostuvo las ansias de democracia hasta el período constituyente 77-78 y su desarrollo posterior de vaivenes y tropiezos.

Ya se decía entonces que Cataluña estaba gobernada desde hacía 150 años por las mismas 300 familias, una oligarquía que había ido acumulando patrimonio mediante parentescos con un único fin, gestionar el nacionalismo catalán. Y así lo han ido haciendo con rostros públicos de casi todos los partidos, con rostros relativamente ocultos como los diferentes Meillet, fueron utilizando el Palau, buscar la ópera wagneriana catalana, cuidar los orfeones, la arquitectura bajo la batuta de Güell... múltiples formas de financiación que hace poco han estallado en los medios salpicando la legitimidad de las finanzas de muchos ilustres apellidos de esas 300 familias.

Esas mismas que han conseguido sacar a la calle al millón de personas el día 11. ¿Es lógico y posible que tal cantidad de masa humana tenga los mismos intereses objetivos? Servidor, que no es nacionalista, evidentemente lo niega. Y no porque reniegue de las independencias y demás gaitas allí demandadas, sino porque el nexo unificador era un cabreo con la crisis en la que se buscaron culpables, como siempre, fuera de las fronteras virtuales. Es decir, se le está diciendo al que tiene vecindad administrativa en Cataluña: te están robando los impuestos y por lo tanto tú vivirías mejor y yo no tendría que recortarte servicios si fuéramos independientes. Evidentemente tal argumento es muy fácil de creer si estás muy agobiado, es lo que todos los fascismos usan en época de crisis, la culpa es del extranjero que nos quita el trabajo y nos chupa la sangre de la seguridad social. Pero, claro, lo de la viabilidad del nuevo estado en Europa no se lo creen ni ellos, les llega con que haya pacto fiscal, a la vasca; yo me quedo con todos los impuestos y si me sobra algo se lo doy al gobierno de España para los servicios que compartimos, como llenar de combustible los tanques que ese coronel iluminado quiere para invadir Cataluña. Ya ven el caso que le han hecho al bueno del señor, no sé si lo han jubilado, si no lo han hecho, háganlo ya, simplemente por higiene.

La del día 15 tuvo otro tono, la Cumbre Social que la convocó, tiene reminiscencias de la transición, es el quejido ciudadano que no comprende qué le hacen y por qué se lo hacen, que no comprende la ley del embudo. Es el paso previo a la desesperación, por lo tanto, del estallido. Todas las ollas a presión tienen un par de sistemas de seguridad, de válvulas de escape y a la olla de esta crisis le están tapando las dos, están recortando las prestaciones de subsistencia de forma irracional -ojo que a las pensiones se les mete mano después de votar en Galicia y País Vasco- y otra es hacer desaparecer a los sindicatos, dique o canalizador de muchos problemas.