Ignoro qué idea tiene de España míster Adelson, el magnate del juego y decimocuarto hombre más rico del mundo, como escriben con nada disimulada admiración algunos medios, que le han dedicado incluso sus portadas. Quiero creer, sin embargo, que no debe de ser la misma que la de un George Soros, un Paul Auster o un Paul Krugman, para citar solo a algunos connacionales suyos.

Se me antoja más bien la imagen que pueda tener nuestro hombre similar a la que han tenido siempre algunos diplomáticos norteamericanos de lo que hasta hace poco se llamaba "el patio trasero de Estados Unidos". Y, si Mr. Adelson no la tenía ya preconcebida, seguramente ha contribuido a creársela el, para algunos de nosotros, increíble comportamiento de determinados políticos, tanto da mesetarios que costeños.

¿Se imagina alguno de los lectores a políticos alemanes, franceses o británicos de un cierto nivel protagonizando un espectáculo de sumisión a un empresario foráneo en entredicho en su propio país similar al que han dado algunos de los nuestros a la hora de competir en favores al míster Marshall de los casinos? Uno, al menos, no se lo imagina.

Pues finalmente Mr. Adelson, tras deshojar lentamente la margarita, ha optado por la meseta, que debía de recordarle más el desierto en el que se levanta Las Vegas que la más suave y amable campiña catalana.

Y ahora la incógnita es qué concesiones y excepciones está el Gobierno de la comunidad madrileña dispuesto a hacerle a su empresa a cambio del maná laboral que promete a nuestro sediento país.

Y mientras tanto, el Gobierno catalán, despechado, se ha sacado su propio as de la manga: si Madrid se queda con ese parque para pequeños y grandes ludópatas que pretende ser Eurovegas, Cataluña no tendrá uno, sino seis parques temáticos, bautizados colectivamente Barcelona World, en inglés, como mandan las reglas de la globalización. Parques que reproducirán distintas áreas del mundo, para que la gente no tenga necesidad de viajar por otros continentes, y en los que habrá, ¿cómo no?, también casinos.

Parece pues que nuestro país ha encontrado por fin la tan buscada marca: "España, parque temático y paraíso para jugadores".

Bastará que nuestros jóvenes aprendan un inglés de camareros y un francés suficiente para decir con acento aceptable Faites vos jeux o Rien ne va plus. Y que sean capaces de disfrazarse de lo que haga falta: de indios, de chinos, de esquimales o de simpáticos personajes de Walt Disney como esos que pululan diariamente, desafiando el sol y el calor, por la madrileña Puerta del Sol.

¿Para qué molestarse en I+D, en contratar a más y mejores profesores y otras zarandajas? Como dijo ya nuestro admirado Don Miguel de Unamuno: ¡Qué inventen ellos!

Y además, con independencia de Mr. Adelson, ¿no es la economía de casino el signo de nuestra época?