Musulmanes e islámicos en general, con fuerza y presencia en una vasta franja de la tierra, defienden radicalmente sus creencias religiosas. Tienen todo el derecho a exigir respeto a los fundamentos de su fe, pero no a la violencia fundamentalista en repuesta a lo que entienden ofensivo. Las democracias no dramatizan políticamente el cristianismo ni el budismo, que son vivencias espirituales. Si lo hicieran, seguiríamos anclados en las cruzadas medievales. Algunos estados parcial o mayoritariamente musulmanes no son todavía sociedades libres, pero los que acaban de estrenar democracia lo han logrado con el apoyo inequívoco de las naciones que priorizan las libertades en su escala de valores. Un vídeo que ridiculice lo que para otros es sagrado no aporta ningún valor y está fuera de lugar si vulnera los respetos básicos que dan sentido a la convivencia humana. Es, en cualquier caso, obra de particulares, no de las naciones. Así como la condena a muerte dictada contra Salman Rushdie tiene claves diferentes en el totalitarismo y en la libertad, los asaltos e incendios, las agresiones físicas, el asesinato de un embajador y las quemas de banderas también causan estupor entre quienes piensan que la conquista del derecho al sufragio universal conlleva necesariamente un cambio en la concepción de las libertades. Estados Unidos en primer lugar, Alemania y Reino Unido en menor medida y todos los demócratas del mundo, se preguntan cuántos años han de pasar desde la llamada "primavera árabe" hasta la plena adopción del principio de que la propia libertad es ilusoria e inviable si no asume, también como propia, la libertad de todos.

El odio a las viejas aberraciones imperialistas, prolongado en la extralimitación de quienes se autoadjudicaron el papel de "gendarmes del mundo", explica ciertas reacciones pero no todas. Los atentados terroristas en Nueva York, Madrid o Londres son abominables a la luz de cualquier código moral. También lo son el bloqueo de Cuba o el presidio de Guantánamo, por poner algún ejemplo. Es sabido que las democracias poderosas mantienen connivencias con los tiranos cuando favorecen sus fines económicos o de control ideológico, pero esos vicios están en retirada. El totalitarismo deslegitima la "mirada lateral" de las democracias. En los últimos años han mirado de frente la rebelión de las bases sociales contra los sistemas dictatoriales de numerosos países islámicos, y los acontecimientos de estos últimos días pueden ser desmotivadores.

Es justo que los agredidos ventilen responsabilidades si controlan el instinto de venganza. Hay que preservar a toda costa el proyecto del nuevo orden mundial que nació con la caída del muro de Berlín. Es el orden de la convivencia pacífica, el igualitarismo auténtico y las relaciones políticas y económicas vertebradas por el mutuo respeto.