Hoy, querida Laila, comienza este otoño, que todo el mundo pronostica caliente. De hecho, este mes de septiembre, que es el noveno mes pero que se sigue llamando séptimo como en el antiguo calendario, lo hemos dedicado a atizar los fogones que nos harán hervir en la próxima estación. El mes empezó con la subida del IVA, que arde lentamente como el serrín, pero que da mucho calor, sobe todo si es de roble. Creció también este mes la, en principio, pequeña llama del rescate de la economía española, que parece avivarse inexorablemente. Tanto, que ya no hay quien la apague y el dios de la codicia suspira por su calor sin importarle ya que acabe por consumir nuestra soberanía y nuestra capacidad para decidir y para producir. Ni siquiera los disuade el terreno quemado y arrasado de Grecia y Portugal. Mientras España se prepara para entregar las llaves de la ciudad, millón y medio de catalanes soplan la brasa de su independencia, estimulando otra fuente de calor para los otoños e inviernos que vienen. Parece intencionado este fuego de otoño porque menudean los focos originarios y dispersos del incendio: se adelantan las elecciones de Euskadi y Galicia, como intentos vanos de aprovechar el viento para apagar el fuego con contrafuegos, se reavivan las ascuas que los recortes y copagos fueron alimentando en prácticamente todos los sectores sociales y brotan hogueras en la enseñanza, la sanidad, la minería, los transportes, la industria, la administración y el comercio. El otoño caliente es ya un hecho desde su primer día.

Sin embargo, querida, no es el calor de este otoño lo que ha de preocuparnos. Lo que nos debe alertar es nuestro propio miedo, tantas veces provocado y estimulado con el afán de paralizarnos. El calor es energía que, si se controla y se sabe dirigir, resulta fuente de vida y de bienestar; es decisivo para lograr el movimiento y la fuerza que pueden cambiar las cosas. Es el pánico colectivo, realmente, lo que puede convertir los beneficios del calor en un incendio destructivo y este es nuestro máximo riesgo. De este otoño caliente, que puede durar lo suyo, pueden surgir energías capaces de pensar y hacer efectivas respuestas y salidas, globales y complejas, que encaucen la realidad caduca del fin de un ciclo o de una era hacia nuevos horizontes. Es el calor de este otoño el que ha de estimularnos a poner sobre la mesa, sin miedo y con capacidad de control, los viejos problemas económicos, sociales y políticos, que estamos dejando pudrir, y los nuevos, que han de estimular nuestra capacidad de respuesta y de abordaje. No podemos, querida amiga, dar nada por inevitable, ni creernos que las cosas tienen una sola salida, ni que hay temas intocables. Si, como dicen no sé si bien o mal, la crisis es sistémica, pongamos el sistema sobre la mesa. Si los mercados están incontrolados, decidámonos a controlarlos efectivamente. Si la Constitución ha quedado corta, revisémosla. Si la salida es más Europa, vayamos a por ello. Si se evaden impuestos, impidámoslo y castiguémoslo. Si hay que intervenir, intervéngase. Si la receta "menos Estado" nos ha traído esto, más Estado. Si los bancos y el mundo financiero han provocado la crisis, exijamos cuentas y embridémoslos. Que no nos paralice el pánico. No puede suceder ya que los partidos nos vengan con programas de pacotilla, recetas parciales y música celestial. Han de decir lo que piensan y lo que proponen sobre los temas fundamentales y, quien no lo haga, sea repudiado. Y los ciudadanos debiéramos limitar nuestra, tantas veces cómoda, delegación política, que nos ha reducido a votar cada cuatro años y a pasar de casi todo.

Para todo esto buena falta nos hará, querida, este calor de otoño.

Un beso.

Andrés