El órdago lanzado por el presidente de la Generalitat y secundado masivamente el día de la Diada, pone de manifiesto que, en Catalunya, existe un porcentaje elevado de ciudadanos que se decanta por el soberanismo. Esto no es nada nuevo, los que hemos vivido y estudiado en aquella nación, en los años 60 del pasado siglo, sabemos la importancia que tiene para los catalanes la defensa de su identidad como pueblo diferenciado, tanto por su lengua, por sus costumbres, cultura y porque su comunicación con Europa, sobre todo con Francia e Italia les permitió, durante décadas estar 100 años más adelantada (en muchos aspectos socioculturales), que el resto de los pueblos del Estado español incluido el vasco. Desde que aprobamos nuestra Constitución (1978), nadie puede decir que (salvo pequeños brotes del independentismo extremista que tiene en su haber un par de atentados de escasa entidad), sus reivindicaciones no hayan sido hechas utilizando los cauces democráticos, con ausencia de la violencia, el chantaje y el tiro en la nuca, marca exclusiva del terrorismo etarra que, incluso, como ustedes recordarán, cometió un acto brutal, un asesinato masivo, un atentado que costó la vida a 21 personas hiriendo a 45, al explosionar una bomba en el Hipercor de Barçelona el 19-06-87. Consecuentemente, no puede demonizarse a los partidarios del soberanismo catalanista de ser antidemocrático, porque todos los pueblos pueden y deben reivindicar libremente y sin utilizar la violencia, los derechos que por historia les pertenecen, incluida la independencia.

La cuestión es: si era este el momento oportuno para que el presidente Mas tomara la iniciativa y pusiera por delante de los muchos problemas que tiene Catalunya (muchos provocados por la mala gestión de su propio gobierno), el de la posible creación de un estado independiente. La situación catalana no es para echar "foguetes", necesita un rescate del Estado, lo que supone, nada más y nada menos, que facilitar crédito a una Autonomía, mientras el resto de las CCAA (excepto Valencia, Murcia y Andalucía que también lo han solicitado), se quedan con el trasero al aire. Naturalmente esto está ocurriendo porque en aquel territorio (antigua Marca Hispánica), todos sabemos que quien dirige Convergencia es la familia Pujol y la otra pata Unió es coto cerrado de Durán i Lleida y ambas formaciones conforman una coalición de derechas, CiU, ultra conservadora, católica y apostólica, al frente de la cual han colocado a Mas que es el criado y escudero de lo citados dirigentes históricos del nacionalismo independentista catalán que, por cierto, no dudan en atacar -siempre que pueden- a Galicia, porque según aquellos caciques, en Galicia, no debe de invertirse ni un "duro" en infraestructuras.

Así las cosas, Mas ha salido poniendo la mano que sostiene el cazo pidiendo un rescate y no ha medido las consecuencias y ahora está en medio de las llamas, ardiendo en la hoguera que convergentes y unionistas urdieron para llamar la atención. Su vida política se extingue como una pavesa. Pero en este fuego prendido con mucha leña verde casi todo es humo, no solo se quema Mas, no; el otro actor principal, Rajoy, se atusa la barba, está "acongojado" y proclama que hay vías de encuentro; que se puede llegar a acuerdos. Pues si se puede llegar a acuerdos poniendo la "pasta", habría que haberlo hecho mucho antes, evitando el "cipostio" que se ha montado. Pero que nadie se rasgue las vestiduras, porque si Mas es un mal gobernante, su compañero de ideología, Rajoy, no le va a la zaga. Así, burla burlando, entre uno ardiendo y el otro poniendo: el Estado español sufriendo.