Para lo que mejor se educa a los chavales es para ser examinados. Ellos aprenden en la televisión -escuela de motivación- que el protagonista es el examinador y aceptan ser su sparring a cambio de su pellizco de fama y su chorrito de esperanza de éxito. Hace 15 años, cuando los padres de clase media se endeudaban para pagar lejanos y especializados másteres a sus hijos universitarios, un artículo de Le Monde Diplomatique advirtió de que el negocio era la enseñanza en sus grados y posgrados y que el futuro no ofrecería puestos de trabajo para tantos jóvenes sobradamente preparados. Ahora se ve que la preparación cara y larga solo es otro requisito para diezmar a las legiones de aspirantes a examinando. "Con algún criterio hay que seleccionar", bosteza el tribunal.

"La mayoría de entrevistas se ganan o se pierden en los primeros segundos", proclama el estafador discurso del triunfo y del talento. La preparación actual para los sobrepreparados se dirige a superar la entrevista de trabajo cuidando la imagen personal, la comunicación no verbal y respondiendo con confianza, lo es telegenia para trabajos no televisados, prueba gemela del casting de los concursos para ser cantante en TV si así lo deciden Melendi o Bisbal, Risto Mejide o Mónica Naranjo.

Como sobra carne preparada, las grandes empresas preguntan cosas como cuánto papel higiénico sería necesario para cubrir el Empire State Building. La respuesta correcta es imposible de saber, lo que importa -si importa algo- es el proceso mental para llegar a una respuesta. Lo primero es la creatividad del examinador al plantear la pregunta y al calificar la respuesta. Así las cosas, se entiende la reposición y multiplicación de las reválidas de la nueva reforma educativa del PP pero hay que pedir que sean orales, individuales, grabadas, emitidas, con padrino y con público que pueda votar desde sus casas.