Seguramente hasta hoy mismo mucha gente de la que en Galicia se tiene por bien informada desconocía que la empresa líder en el mercado ibérico de la distribución y la logística, Transportes Azkar, era gallega. Se entera ahora, que deja de serlo y pasa a manos de la multinacional alemana Dachser, que se la compra a Luis Fernández Somoza y a sus hijas, accionistas mayoritarios y hasta ahora responsables de la gestión de una compañía de éxito con cerca de ochenta años de historia y un futuro despejado por delante. Lo de gallega, dirán los más enterados, hay que matizarlo, porque Azkar (que en euskera quiere decir "rápido") tiene su sede social en Euskadi, donde también sienten como propia la pérdida. Nunca tuvieron la impresión de que hubiera dejado de pertenecerles. Ni siquiera cuando pasó a manos de la familia Fernández. De hecho, mantenía su denominación original, que ni se españolizó ni se galleguizó, y seguía societariamente arraigada en suelo vasco, pagando allí los impuestos y atendiendo los compromisos de su responsabilidad social.

Luis Fernández Somoza, lugués de nacimiento, pero afincado en A Coruña, tiene mucho en común con el resto de las grandes fortunas gallegas. Sin pedigrí familiar, ni formación académica, es un empresario de éxito hecho a sí mismo, de los que arrancaron desde muy abajo y forjaron un imperio a base de esfuerzo e intuición y con mucho sentido de la oportunidad. Desde que empezó a trabajar con 16 años como mozo de almacén y administrativo de una pequeña empresa de transportes, vio claro que mover y distribuir mercancías era un negocio de futuro. Y a ello se dedicó en cuerpo y alma, poniendo, como él mismo dice, todo el corazón en el empeño. A la vista está lo bien que le fue.

A principios de la década de los noventa, Azkar, con base en el municipio guipuzcoano de Lezkao (en español Lezcano), era una empresa en crisis al borde de la desaparición. Fernández Somoza se hizo con ella y la reflotó hasta convertirla en poco tiempo en la primera de su sector en España y en Portugal con unos tres mil trabajadores y cerca de setecientos millones de euros de facturación, que se dice pronto. Ahora decide entregársela a su socio germano, que había mostrado interés en comprarla desde el mismo momento en que entró en el accionariado, en 2008, con un diez por ciento del capital.

Según los expertos, este movimiento empresarial poco o nada tiene que ver con la crisis. Parece más bien un problema de sucesión familiar o de relevo generacional. A Azkar, cuya principal fortaleza es el liderazgo en la paquetería industrial, no le está yendo mal. Al menos no tiene problemas financieros graves que amenacen su viabilidad. Los alemanes de Dachser, que ya estaban dentro, saben perfectamente lo que compran y tienen recursos propios suficientes para garantizar la continuidad y aún el crecimiento de la compañía vasco-gallega. Es muy significativo que se vaya a mantener el mismo equipo directivo, encabezado por el lugués José Antonio Orozco, como aseguró la compradora en un intento de tranquilizar a la plantilla, a los clientes y a la sociedad gallega y española en general. Porque son alemanes saben los recelos que generan este tipo de operaciones, ejecutadas justo cuando la opinión pública tiene la impresión de que el futuro de Europa entera está en manos de una Alemania que solo mira por su interés.