Nadie sabe muy por qué, pero el caso es que la renuncia de Augusto César Lendoiro a seguir presidiendo el Dépor no suena a un adiós. Sus más recalcitrantes detractores no terminan de alegrarse de su mutis. No se les ve nada entusiasmados, pese a que aparentemente se salen con la suya. Y tampoco le han tendido el puente de plata que, desde la elegancia que le permite la superioridad, el vencedor de una batalla suele ofrecer al enemigo que huye. Tal vez porque en realidad no lograron echarle. Es él quien se va por su propio pie.

Algún analista local decía, de forma muy gráfica, que Lendoiro no ha sido derrotado, ni mucho menos humillado, como más de uno pretendía. No hay que llamarse a engaño. Simplemente renuncia al juguete que manejó a su antojo durante veintitantos años. Anuncia que no será candidato a la presidencia en estas elecciones, si bien su alargada sombra seguirá planeando en el día a día del club, ya que mantiene un significativo paquete accionarial y, sobre todo, un cierto ascendiente sobre la afición al haber llevado al deportivismo a las más altas cotas del éxito futbolístico.

No se sentará en el palco de Riazor, al menos por un tiempo. Eso no quiere decir, ni mucho menos, que la suya sea una retirada total y definitiva, sin posibilidad de retorno. Según sus allegados, Lendoiro simplemente da un paso atrás, con ánimo constructivo. Lo hace para que no agravar aún más la división de la masa social en un momento económicamente tan delicado como el actual, con la sociedad en concurso de acreedores y bajo control judicial, y en un trance deportivo adverso, con el equipo en el infierno de la Segunda División (ahora Liga Adelante). No quiere ser manzana de discordia. No se plantea intentar volver algún día, tampoco lo descarta. Cada cosa a su tiempo.

El entorno del presidente en funciones se afana en negar que su decisión de no concurrir a la reelección en enero se deba a un pacto por el cual sus eventuales sucesores le garantizarían impunidad, esto es, no hurgar en los cajones ni levantar según qué alfombras para que su gestión no acabe ventilándose en los juzgados. Argumentan que tal acuerdo carecería de sentido, dado que la Justicia, como es natural, ya debe estar investigando las causas que condujeron al Dépor a la suspensión de pagos. Por otra parte, don Augusto dice tener la conciencia muy tranquila, seguramente por la certeza de no haber hecho más trampas que las habituales en el proceloso mundo del fútbol profesional, al menos en España.

A Lendoiro le gustaría seguir ligado al balompié. Para él se ha convertido en una droga, de la que no se ve capaz de prescindir bruscamente. Necesitará tiempo para deshabituarse. Hay quien cree que, si sale limpio del proceso en que está inmenso el Dépor, no sería descartable que recibiera alguna oferta para asumir cargos directivos en uno de esos grandes equipos accionarialmente controlados por magnates extranjeros, que buscan gestores experimentados y contrastados sin importarles los colores con los que simpaticen.

El mismo día que anunció su marcha también dejó caer, como quien no quiere la cosa, que tiene ganas de escribir. Cabe suponer que no piensa dedicarse a la literatura, ni a la narrativa, ni a la poesía. Es comprensible, eso sí, que desee poner negro sobre blanco todas sus vivencias de un cuarto de siglo como presidente del Deportivo. Ahora puede decir alto y claro muchas cosas que tuvo que callarse por respeto institucional para no dañar a la entidad a la que servía. Ahora que está au dessus de la mêlée, que tiemblen sus enemigos, incluso los cordiales. Más de un títere corre el riesgo de quedarse sin cabeza.