Hace unas semanas pasó sin pena ni gloria el día que teóricamente dedicamos al recuerdo de la necesidad de prevenir el contagio del sida, un evento que hace años tenía mucha repercusión social porque la muerte perseguía con su aliento en la nuca. Hoy todos los especialistas coinciden en que se ha bajado la guardia, que los avances farmacológicos han convertido la enfermedad en una patología crónica y que las medidas de prevención ya no son las que eran, no vamos a tantos entierros como hace veinte años; pero los mismos especialistas sanitarios coinciden en afirmar que el nivel de contagios y de nuevos pacientes crece a un ritmo preocupante. Buscar la causa es relativamente fácil, las medidas educativas que se habían empezado a implantar como prevención han caído en desuso, dejadez por parte de los profesionales menos conscientes. Hubo este año quien protestó porque los folletos destinados a repartir en los institutos incluían lotes impresos en castellano: ¡la herejía merece que se secuestren tales ejemplares y se quemen en la hoguera de la plaza pública! Por lo demás sabemos que los papeles, simplemente repartidos, poco efecto tienen, falta la profesora de ciencias, la complicidad y colaboración de todos sus colegas para que las campañas surtan efecto, porque no estamos hablando solo de sida, sino de educación sexual, de relaciones interpersonales, de afectividad, de rechazo a la homofobia, de respeto, de la violencia machista en todas sus facetas, prevención de embarazos? Estamos hablando de comportamiento ciudadano civilizado.

Seguramente muchas familias no están tampoco a la altura, desentendiéndose y pensando que malo será que de eso no hablen en el instituto o que el ayuntamiento no mande a alguien a dar una charla sobre cómo se usa un condón. Hasta que llega el momento, la verdad aparece sin avisar y la adolescente habla con la profesora de confianza antes de contárselo a su madre. Podemos culpar a las familias, pero creo que es mejor ganar tiempo y educarlas. Es aquí donde la clase social y cultural se pone de relieve, como siempre la cuerda rompe por el lado más débil, los bien posicionados económicamente nunca tuvieron embarazos no deseados ni nacidos con malformaciones, siempre hubo soluciones para esos pequeños incidentes.

Gallardón y Wert no saben de estos "eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa", que decía el Juan de Mairena de Machado cuando se refería a lo que pasa en la calle. Su única intención es que se extienda la idea del pecado y, si alguien no confiesa su pecado que sepa que es delito. Estos meapilas no saben la cantidad de niños y niñas que dejan de nacer porque sus padres son conscientes de que no pueden traerlos a sufrir sus penurias, no saben de la tragedia que para ellas, también para ellos si son conscientes, representa un aborto en plazo.

No les llega con gobernarnos de la cintura para arriba para que comulguemos con la reforma laboral, el recibo de la luz o los recortes; también nos tienen que gobernar de la cintura para abajo. Y estoy de acuerdo con ambos propósitos, pero dándole la vuelta al calcetín; espíritu crítico y responsabilidad en la azotea para que esta inteligencia superior gobierne el resto del cuerpo y se pueda vivir sin culpas ni amenazas para que nazcan solo los niños y niñas deseados, teniendo la última decisión siempre, siempre, su madre.