Sentir profundo amor

por la tierra que pisas,

aunque aliente

la angustia de vivir

y vivir desterrado.

Sabes que éste es designio

que debes aceptar,

pero no ha de llevarte

a que olvides

que tu patria no está

en sitio alguno.

José Corredor-Matheos

El llamado "problema catalán" es sin duda el mal más grave de cuantos hoy sufre la sociedad española.

Un mal mayor pero artificial, un mal inducido por la burguesía dominante en Cataluña, que, aliada históricamente con las causas más reaccionarias, imaginó primero un "pueblo catalán" a su medida y más tarde inventó agravios por vestir de nobleza su codicia.

Con la Constitución del 78 más pisoteada por quienes la creyesen salvaguarda de sus fechorías que por quienes se propusieran derogarla, los nacionalistas catalanes, que no quisieran término para sus ensoñaciones, arremeten ahora de nuevo contra ella.

Contra ella empujan, contra ella incitan y excitan otra vez, a despecho de que hubiera reconocido a Cataluña un nivel de autonomía que en Europa no tiene parangón, una capacidad de gobierno que desconocen los cantones de la Confederación Helvética o la mismísima Baviera, con la que, larga y anchamente, suelen compararla aquellos que urden disfavores por denunciar, travestidos de víctimas, el ultraje de una consideración ancilar en el conjunto de España.

Aunque hoy no diera a la locura las alas que en su día le prestaron Maragall y Zapatero y Caamaño, el PSOE parece no haberse enterado todavía y propone como salvación un federalismo que los nacionalistas desprecian porque no colma sus asimétricos sueños, esos delirios entre el párpado y el ojo.

Por su parte, Izquierda Unida parece ignorar que la Constitución restituyó a la sociedad catalana -a toda ella- lo que el franquismo le hubiera podido arrebatar con la complicidad de la alta burguesía, y le reconoció más competencias que la República Española, a la que, tal vez por eso y en los convulsos preliminares de la guerra civil, Companys y Esquerra Republicana de Cataluña traicionaron tan lindamente.

Otra cosa bien distinta es la responsabilidad -incluso penal- en la que, desempeñando tan amplio gobierno, hubieran podido incurrir sus "élites extractivas"; quiero decir, los gobernantes que, desde hace cuarenta años, allí hubieran podido elegir los ciudadanos. Aquellas mismas autoridades que impunemente consideran que la Constitución y las leyes o los tribunales y las sentencias fueran filfa o brincadeira si no se acomodaran a sus intereses.

No parece, pues, que España hubiera desatendido -¿robado?- a Cataluña. Aunque no se confiese, aunque se hagan gestos sublimes -la sobreactuación conviene a la propaganda fascista- en favor de un pueblo (¿) y una bandera, de una lengua y una cultura a las que nadie afrenta ni persigue, porque la Constitución y las leyes las amparan, el motivo de la desafección ha de ser otro.

Acaso la obsesión de los ricos cuya voracidad estimulan más los períodos de escasez que aquellos otros de prosperidad? Acaso la misma manía que ha llevado a los nacionalistas a establecer una "deuda histórica" -numéricamente incontenible, sin cifra capaz de encerrarla- que otras Españas habrían de satisfacer? La recurrente enajenación que ha llevado a los nacionalistas más desvergonzados a afirmar, maloqueando por la Historia a su antojo, que de ellos viven quienes -gallegos, castellanos, extremeños, andaluces, aragoneses o murcianos- en puridad contribuyeron a levantar a Cataluña con su esfuerzo y con sus lágrimas y con su sangre, tantas veces? En definitiva, la misma macana, el mismo disparate con que, ante la ignorancia o el desaviso de la pobre gente, los embaucadores se aplican siempre para que se muestre verdadera la patraña en que ellos medran. Atrozmente.

Atrozmente porque el desvarío, que no se embalsó cuando fue marea, es ya una tempestad que el nacionalismo avienta y la Generalidad, cabalgando olas gigantescas, proclama su voluntad de segregación y anticipa la declaración de independencia, "un cianuro de palabras que cayeron desde las utopías".

En realidad, un golpe de estado. Contra la democracia y no por ella. Porque eso es lo que ocurre cuando principios prepolíticos -la identidad, la religión, la raza, el sexo?- se convierten en fronteras que se yerguen contra otros ciudadanos para su exclusión, en criterios para mutilar los derechos de aquellos ciudadanos que, en uso impecable de su libertad, se negaran a ser como los nacionalistas desearan que fuesen.

Así es como los ungidos patriotas catalanes -reconocidos de inmediato por los fascistas italianos de la Liga Norte- han decidido hacer verdadera la ilusión que invocan y, para imponerla, anuncian un golpe al estado de derecho.

Se disfrazarán ellos de calma después de la tragedia y reanudarán sus dibujos o colorearán sus peces. Otros adivinamos ya el hedor y presentimos un rumor de remeros anteriores, una canción de ahogados?

Y se cuenta que Artur Mas, quizás pintándose los labios mientras muere, en su noche sin ventanas ensaya un himno: "He incendiado mi casa. Ya nada me obstruye la contemplación de la luna".