Pese a que no hayamos estado nunca en EEUU no nos son ajenas las imágenes de Manhattan en Nueva York o del Golden Gate en San Francisco; imágenes de esas ciudades las vemos todas las semanas en las series que nos suministran las cadenas comerciales de televisión. Tópicos como estos son frecuentes, es una pena que no los ofrezcan en otros escenarios como Praga, Dublín o Helsinki.

Sirva esta reflexión como prólogo para invitarles a pensar que a muchos les pasa lo mismo con Madrid o Barcelona. Seguramente la mayoría conoce mejor en vivo y en directo -también en el cine- Madrid. Barcelona se nos ocultó, hubimos de ir allí para conocer lo poco que conozcamos. Sin embargo, siempre tuvimos ayuda y ayuda de calidad: la de Juan Marsé, la de Manuel Vázquez Montalbán, la de Eduardo Mendoza, la de Andreu Martín? y tantos más autores, charnegos o nativos, que nos ofrecieron y ofrecen sus obras en castellano.

Después de Pepe Carballo hoy nos falta otro, Francisco González Ledesma y su personaje principal, el inspector Méndez, nos quedamos un poco huérfanos los que conocimos su Barcelona en sus novelas policíacas, los que paseamos con cuidado por el barrio chino y compadecimos a sus vecinas, admirándolas en muchas ocasiones.

Tanto autor como personaje siempre nos aparecieron como víctimas; aquel marginado por el régimen que no puede publicar en España sus obras premiadas (Sombras viejas, 1948), que ha de sobrevivir de abogado -seguramente de pleitos pobres- y detrás del pseudónimo de Silver Kane, el autor de ingente cantidad novelitas del oeste que se compartían en los quioscos de barrio por unos céntimos de peseta.

Tarde y, seguramente, mal le llegan los laureles en la literatura y el reconocimiento como periodista respetado.

Siempre le he visto, sin datos para comprobarlo, como un trasunto de su inspector Méndez, viejo policía de a pie que no pasa nunca de los sesenta años, que siempre está a punto de jubilarse, maltratado y ninguneado injustamente por sus superiores jerárquicos, inadaptado en una sociedad que ha evolucionado, que le segrega conscientemente, a la que no se acostumbra y que se resigna a no cambiar, él seguirá siendo un romántico solitario que procura hacer su justicia, aunque no coincida algunas veces con la del Código Penal; pero siempre poniendo la ética y los principios por delante, conservando lo que le queda de dignidad, de orgullo del trabajo bien hecho, con sorna y retranca suficientes para sortear las zancadillas que le dan la vida personal y la profesional.

Desde Crónica sentimental en rojo hasta Peores maneras de morir, donde aparece una nueva heroína, Eva Ostrova, la ucraniana que logrará vengarse de sus captores y a la que Méndez, no dará la espalda. Parece que su mundo se desinfle, que la modernidad le acorrale; pero mal que bien, Méndez suele salir a flote, a su manera, y así sus lectores también respiramos aunque al final no se coman perdices como en los cuentos.