Opinión
José Antonio Portero Molina
Elecciones en Andalucía
Pienso que sería tan positivo en Andalucía el cambio que pide Rajoy como los que en mayo pide Sánchez para Madrid y Valencia, ayuntamientos incluidos. En esos tres espacios políticos los partidos gobernantes llevan demasiado tiempo con demasiado poder y demasiadas cuentas pendientes ante los tribunales y cada día salta un asunto maloliente. He seguido la campaña andaluza y la presidenta en funciones me ha causado una floja impresión. Especialmente pobre y sobreactuada su maternal apelación a Andalucía como una propiedad filial que la candidata hubiera de proteger de los villanos de siempre, la derecha de Rajoy, Franco y Fernando VII, la derecha del señorito cortijero. Huele a naftalina ese discurso que manipula hasta el cansancio y el ridículo a ese ente inmaterial, Andalucía, imitando a los nacionalistas con su Cataluña, su Galicia o su País Vasco y a los de Podemos con la Gente. Está muy visto eso de elevar al colectivo real a abstracción moldeable al gusto, de la que uno se apropia en régimen de monopolio frente al resto del mundo. Andalucía como la gente, el pueblo o la nación denominan a colectivos tangibles de individuos reales, distintos por motivos diversos y encontrados. El PSOE no es nacionalista pero lo parece cuando envuelve la acción política con un estomagante derroche de emotividad y pasión fuera de lugar, porque lo que esa acción requiere es racionalidad, honradez, eficiencia, transparencia y rendición de cuentas, no facundia poética. Tampoco en Andalucía le acaban de salir bien al PSOE los cambios de liderazgo y necesita un tiempo en la oposición para refrescar las cabezas y para que unos cuantos vuelvan a casa tras décadas sin bajarse del coche oficial, viviendo del presupuesto y con frecuencia abusando de él, porque los hay a centenares, ¡vaya que si los hay!
Como en todas las elecciones autonómicas, en las andaluzas la representación es muy proporcional porque se asignan muchos escaños a cada circunscripción, ocho automáticos por provincia y el resto hasta 109 según la población. En Huelva y Jaén, las más pequeñas, se compite por once escaños y por dieciocho en Sevilla, la mayor. Este dato y la aparición de los dos nuevos, Ciudadanos y Podemos, pueden lamentablemente llevarnos a un Parlamento con cinco siglas, seis si accede UPyD. Si ni PSOE ni PP consiguen la mayoría absoluta los pactos serán imprescindibles. El PSOE ha pactado otras veces con IU sin dificultades y puede repetir. El PP carece de experiencia. En campaña nadie avisa de pactos y, aunque los suponemos, caben sorpresas como en Extremadura. Se evitarían los más incómodos con un pequeño premio en escaños al vencedor para garantizarle la estabilidad, no el premio excesivo de la ley electoral de Berlusconi, la Porcata, rechazado por desproporcionado y no razonable por la Corte Constitucional italiana. No lo contempla la ley andaluza, ninguna en España y, por eso, o se logra la mayoría absoluta o a pactar. El PSOE perdió tres escaños y 655.000 votos de 2008 a 2012 y formó gobierno con IU. Si no mejora sus resultados acaso necesite ahora más socios. El PP ganó en 2012 en votos y escaños, 50 de 109, pero no tuvo amigos con quien pactar y ahora no se sabe. También podría ser que, a falta de mayorías absolutas, el segundo, PP o PSOE, absteniéndose en la investidura facilitara al primero el gobierno en minoría. No estaría nada mal, sería un buen precedente y liberaría al beneficiado de cargar con socios incómodos. Veremos.
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