Opinión | Al trasluz
Fernando González Macías
Parecidos políticos razonables
Galicia y Andalucía se asemejan políticamente mucho más de lo que pudiera parecer a primera vista. Sin ir más lejos, una reflexión desapasionada sobre lo sucedido en las elecciones autonómicas de este domingo, unida a un mínimo ejercicio de memoria histórica reciente, permite calibrar con nitidez esas similitudes o parecidos razonables. Tampoco es difícil llegar a la conclusión que el comportamiento de ambas comunidades en las urnas, en determinados momentos, otorgando victorias cruciales cada cual a su partido de referencia, constituyó un anticipo a escala regional de lo que después sucedería en la conjunto de la escena nacional.
Andalucía tiene un partido institucional, el PSOE, que goza del favor electoral de los andaluces desde antes incluso de que aquella comunidad gozara de autogobierno. Fueron los socialistas quienes pusieron las bases fundacionales de unas instituciones que con toda razón pueden considerar "propias", ya que nunca llegaron a desalojarlas. Esa hegemonía les permitió desplegar a lo largo de décadas una tupida red clientelar o de influencia que funciona a las mil maravillas, con plena eficacia y precisión, incluso a prueba de los cambios de ciclo de la política estatal y de dramáticos indicadores socioeconómicos.
Algo muy similar sucede con el Partido Popular en Galicia. Es el partido del sistema, como un PRI, salvando las distancias. Aquí los populares ganaron todas elecciones, sin excepción, desde 1981. Sin embargo, eso sí, por dos veces y por espacio de siete años, perdieron el poder autonómico en virtud de coaliciones del PSOE con pequeños partidos galleguistas o nacionalistas. Gracias a la peculiar estructura de baronías provinciales, apoyada en las diputaciones, el Pepedegá dispone de una maquinaria electoral permanentemente engrasada, que le garantiza un amplio dominio en el rural, factor clave del recurrente éxito en las urnas.
Andalucía es la cuna del socialismo de la restauración democrática. Andaluces son Felipe González y Alfonso Guerra, que despegando desde su tierra consiguieron para el PSOE las mayores cotas de poder que haya conquistado nunca. El Partido Socialista fue percibido durante años en muchos sitios de España como un partido andaluz (y tal vez esté volviendo a ser así con el triunfo de Susana Díaz). Algo parecido le ocurre al PP, antes Alianza Popular. Se le asoció con Fraga primero y ahora con Rajoy, gallegos de pura cepa y con una forma peculiar de ser y estar en la política que tendría que mucho que ver con ese origen y con una arquetípica idiosincrasia galaica.
Galicia y Andalucía, cada una a su manera, han mostrado ser comunidades políticamente conservadoras. Lo son en el sentido de abonarse a un partido de forma recurrente y de no apostar nunca en serio por el cambio, aunque solo sea en forma de sana alternancia. A día de hoy gallegos y andaluces tenemos por presidentes autonómicos a personajes a los que se considera llamados a papeles relevantes en Madrid. Feijóo fue el don Pelayo que, en 2009, inicio desde el Finisterre la reconquista de La Moncloa para el centro derecha español. Muchos creen ahora que el éxito de Susana Díaz en Andalucía abre el camino para que el PSOE se rehaga de las duras derrotas y reverdezca sus laureles electorales de los felices ochenta o los más recientes, de la etapa Zapatero, propiciados por el caudaloso voto andaluz. Ya veremos.
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