Los franceses, de siempre tan delicados, han inventado todo lo necesario para tomar baños de asiento sin perder la dignidad y, por si esto fuera poco, aún les sobró elegancia para llamar surmenage al trabajo excesivo.

Sabido es que el bidé, su finura y su glamour, fue por aquí y por siglos, secreto anhelo de reyes y cortesanos -nuestra triste aristocracia- que, sin embargo, lo conquistaron tardíamente. Acaso porque, tras salvar sus eminentes cabezas de la guillotina, decidieron darles indefinido y secular descanso. Así, con la estulticia por cetro, nunca supieron inferir alguna conclusión de utilidad cuando, paseando arcangélicamente por sus espléndidos jardines de Aranjuez o La Granja, contemplaban con delectación las maneras de los patos para acercar el culo a los surtidores de los estanques.

Como si hubiera aprendido de aquella carencia, como si supiese al fin que no hay mayor desdoro o grosería que desatender lo francés y, desde luego, la higiene de las partes pudendas, más lista anda hoy nuestra clase dirigente, que no pide ya cariño sino asombro.

Aunque no sepamos demasiado de la "repera patatera" -¿setecientas cabezas ceñidas de laureles y amarantos? ¿ochocientas?-, ahí tenemos a Pujol atrincherado tras la limpia coartada del surmenage. Ahí tenemos al très honorable fripon declarando en sede parlamentaria -un decorado tan sólo- que la disparada rapiña familiar, su festiva depredación, fue una indeseada consecuencia del exceso de trabajo. Algo así como que el incesante acarreo de sacas, habiéndolos arrastrado más allá del umbral de la fatiga, les hubiera robado con indecencia todo el sentido.

Con los jueces parece estar el buen pueblo en este asunto por ahora. Sólo falta que en cualquier deluxe -ese formato fecal que prolifera en casi todas las cadenas de tv con éxito pasmoso- comparezca algún villano, algún coquin, para que siguiendo el acabado criterio de una Princesa del Pueblo o de un cura trabucaire, la canalla, la chusma -tan negada para lo francés- se revolviese volcada en favor de les voleurs -y de su riquísimo "atavío delicuencial"- al grito de "vivan las caenas".

Ése sería el instante preciso de la duda, de la división de opiniones, de entender que es la suya una profesión de riesgo; que en riesgo viven porque la política, a fuer de tornadiza, no es más que incertidumbre y riesgo.

No me atrevo yo a calibrar el riesgo -poco o mucho- de quienes viven de la política, pero debo reconocer que tampoco me parece tanto como dicen.

Ni aún la mitad, habida cuenta de que, salvo los "diccionarios de portera", como sin el amaneramiento francés pero con educación suficiente, llamamos a los glosarios de burradas -que los jorgejavieres, matamoros y patiños tienen siempre a mano-, todos los demás señalan que "riesgo", término latino o arábigo -que en esto hay algún desacuerdo-, es "contingencia peligrosa que acepta libremente quien la corre, casi siempre por gloria o por dinero".

Entonces, si por dinero fuera, podrían los políticos haberse hecho toreros, que mucho más arriesgan. Y mucho más riesgo correrían aún, sólo por gloria, si fueran profesores.

Sabrían entonces lo que es ya entre nosotros una profesión de riesgo. Sin burladero y al albur caprichoso de mayorales burriciegos y sólo atentos nada más que a las expectativas electorales, sabrían lo que es estar al riesgo de una acometida.

La acometida de los erales que, "cuando las estrellas clavan rejones al agua gris", no sueñan ya "verónicas de alhelí" sino encanallados botellones, porque de sus sueños, como de los nuestros, se encargan los párrocos y los gobiernos. La acometida de cualquier "sansón astado" que no es ya ningún "vendaval sonoro" sino furia ardiendo cocinada. La acometida de cualquiera de tantos "toros jubillos", paternalmente enceguecidos por las "gurripinas" con que, camino de la estupidez y del voto incondicionalmente favorable, maletillas de poca monta los extravían en tientas y becerradas preelectorales que por aquí son ya permanente y continuo festejo. La acometida -¿psicótica?- del ballestero de la Sagrera?

No, no parecen estar en riesgo los "barandas". Mucho menos parecen ellos un grupo de riesgo. Antes una panda privilegiada con más poder que labor y cuya irresponsabilidad compartida y general falta de sentido común ha puesto trágicamente en riesgo a la sociedad española, apenas ya un pueblo de animales dañados que, bajo la lejana mirada de un dios deteriorado, riega flores muertas alrededor de su propio catafalco.