Qué nadie, querida Laila, dé por derrotado el bipartidismo. Es verdad que el PP ha sufrido una caída importante y pierde una gran parte de su poder político, pero sigue siendo el partido más votado. También es verdad que el PSOE parece haber resistido mejor, pero en realidad también ha perdido mucho, aunque su caída es menos aparente porque se ha precipitado desde más abajo. Su mayor pérdida ya la había sufrido antes. En resumen, ni el PP ha caído tanto como se dice o parece, ni el PSOE ha resistido tanto como parece o como él mismo predica. Que Abel Caballero se haya convertido en la referencia del éxito o de la resistencia nos da idea de lo carcomido que está el patio socialista en España. El peor peligro para los socialistas españoles está en que, parece, que ni perciben ni asumen el grave quebranto que están sufriendo en todo el país. Llegaron a considerar un éxito su pérdida de apoyos en Andalucía y, ahora, ni siquiera caen en la cuenta del evidente fracaso político de Pedro Sánchez. Un buen ejemplo de a dónde lleva esta ceguera lo tenemos aquí, en A Coruña, donde el aborto de una renovación o regeneración políticas en las primarias o incluso antes, los encamina, si no han llegado ya, a la irrelevancia política en el ámbito local. Aún estando así las cosas, te repito querida, que nadie dé por derrotado el bipartidismo. Es más, aunque en las próximas generales PP y PSOE fuesen relegados a tercera y cuarta fuerza política, el bipartidismo seguiría vigente hasta que se cambiase el sistema electoral español, porque el actual facilita la concentración bipolar del poder político, que tiende de suyo a concentrarse, y así lo único que cambiarían serían los collares. Queda, pues, mucho que bregar todavía para alcanzar una regeneración y oxigenación democráticas del desgastado sistema que, por cierto, todos dicen querer cambiar.

El dato más novedoso de estas elecciones es la llegada a las instituciones de fuerzas emergentes nítida y limpiamente impulsadas por una buena parte de la ciudadanía más consciente, decidida a ejercer su derecho y su deber de participación política. Son fuerzas plurales, esponjosas y políticamente oxigenadas, que han sabido encarnar la legítima indignación general, las aspiraciones más justas y elementales de la sociedad y transformar todo ello en propuestas políticas reconocibles y reconocidas. Llegan al ejercicio del poder y de la gestión pública en algunas instituciones, pocas aún, pero de enorme importancia política y de gran repercusión simbólica. Piensa en Barcelona, Madrid, Santiago o A Coruña. Esto será su prueba del algodón. Tendrán enfrente a poderes fácticos muy duros, a adversarios políticos de colmillo retorcido, duchos en moverse con soltura en las cloacas de la política e incluso tendrán que lidiar con sedicentes aliados de muy dudosa lealtad política. Tendrán, además, que asumir su inexperiencia de gestión en muchos casos, el hecho de ser formaciones en construcción y abordar los nuevos debates internos que necesariamente van a surgir y a los que deberán enfrentarse con transparencia y superando las tentaciones de sectarismo y corporativismo, tan difíciles de vencer. Las que no lleguen a los gobiernos, tendrán que participar o eludir alianzas, cómodas o incómodas, que ejercer influencia política y seguir manteniendo muy viva la relación con la fuente de su éxito: la ciudadanía más activa y organizada. Y todo ello preparando las generales, donde de verdad se juegan la posibilidad de un cambio regenerador de la democracia.

El panorama que desde aquí se divisa es, querida, incierto y puede que inquietante, pero convendrás conmigo que resulta estimulante y de lo más vivo. Hora era.

Un beso.

Andrés