Opino que vivimos una exaltación del barrio, del entorno urbano más próximo al domicilio. Lo conocemos al menos físicamente, y quizás incluso creamos lazos de apego entre los habituales de esas calles y aceras, dado que su configuración y construcciones invitan a desplazarse a pie. Hasta las tiendas y los escaparates, los jardines y el propio mobiliario urbano nos son familiares. Lo cual puede ser compatible con otras formas de vivir en nuestras ciudades, en zonas de bloques mastodónticos donde prevalece más el anonimato y el aislamiento. Va por gustos y por oportunidades de residencia. Yo me apunto al primer estilo de vida. Y por ello me alegro con las novedades de mi barrio, con los comercios recién llegados, con las oficinas y locales nuevos que ofrecen sus servicios; al igual que me apenan y entristecen las heridas callejeras que sufre mi barrio cuando observo un cierre metálico bajado porque tal comercio se fue traste, o porque la alegre tienda de chuches y golosinas ha cerrado últimamente. Hay personas que aprecian que salimos de la crisis porque se reactiva la construcción y las grúas se mueven; otros lo advertimos con los locales de venta que se abren en nuestro barrio.