Si hay un tema verdaderamente crítico en nuestro país, ese es el que tiene que ver con la vivienda. Hablo, después de darles los buenos días en este día, de la vivienda como servicio social básico, mucho más allá de planteamientos de otra índole. La vivienda como lugar donde vivir y desarrollarnos. La vivienda como punto de referencia vital, presente en la mayoría de los grupos humanos sobre la faz del planeta.

Amnistía Internacional explica, con buen criterio, que una señal de alarma clara es que España es el segundo país en Europa con menos vivienda social, detrás de Grecia. Lo hace estos días, en la presentación de su informe específico sobre esta cuestión. En el mismo se constata algo ya sabido: que hay países europeos, como Holanda, que nos llevan una enorme ventaja en este terreno. Y, ciertamente, ese es un problema a la hora de abordar un itinerario sostenible en situaciones de falta de recursos, puntuales o crónicas. El gasto en vivienda y suministros básicos es absolutamente inabordable para muchas de las familias en situación de exclusión o en riesgo de ella. Y esto ocurre hoy, como ya hemos explicado otras veces, incluso en situación laboral activa.

He tenido oportunidad, en etapas profesionales anteriores, de formar parte de la Comisión Provincial de Vivienda. Y he constatado, y así lo comuniqué y compartí en múltiples ocasiones con responsables del Instituto Galego de Vivenda e Solo, IGVS, la falta y la necesidad de este tipo de recursos. Porque en Galicia existe una ambiciosa, completa y compleja estructura institucional con competencias en vivienda, pero donde falta precisamente el insumo más importante: disponibilidad de vivienda. No hay prácticamente nada, fruto del parón en la construcción y de una menor disponibilidad de ingresos y fondos, en los últimos tiempos, en la Administración Pública.

Pero, ¿saben?, yo iría más allá de la vivienda social, tal y como la hemos entendido aquí. Sin inventar nada, precisamente haciendo lo que en otros países es normal desde hace décadas. Lo hemos hablado más veces. Miren, yo abogaría por un importante parque estatal de vivienda de alquiler, a precio tasado y modular en función de la situación económica de sus ocupantes. ¿Que tiene usted una situación económica precaria? No se preocupe, paga usted 30 ó 50 euros mensuales por su vivienda. ¿Que se queda en paro y no tiene ingresos? No paga nada. ¿Que vuelve a trabajar y tiene más ingresos? Nos vamos a 100 euros, por poner un ejemplo. ¿Que, finalmente, entra usted de pleno en la dinámica laboral y puede pagar usted el precio de mercado? Pues lo paga, viviendo en la misma vivienda y contribuyendo al fondo con el que el Estado subvenciona a los que, en ese momento, están como estaba usted antes. Una lógica inclusiva y muy ágil, con modulación automática de la renta y en un contexto en el que los pisos son propiedad pública. Un planteamiento, además, competencia del Estado, pudiendo adquirir así rango y presupuesto de política estatal, sin quedarse en meros parches municipales no universales o, peor aún, en concursos indiscriminados en los que rentas medias y medias-altas se hacen, por poco dinero, con la propiedad de pisos proyectados con finalidad social.

Con la cuestión de la vivienda se hace y se ha hecho mucha demagogia, y hoy se planean castillos en el aire, sin muchos cuartos. Yo reitero que lo ideal sería una política de Estado, milmillonaria, enmarcada en un plan estratégico para cuya consecución satisfactoria habría que sentar a las fuerzas políticas y sociales -a todas-, y buscar consensos. No son temas -para mí no lo es ninguno en lo social- para sacarle brillo al logotipo de uno, o para afear al otro porque ha dicho algo bueno antes que yo. Necesitamos una verdadera, buena y potente política de vivienda. Y eso está hecho si hay voluntad, se deja campo libre al gestor y se ponen cuartos encima de la mesa.

He conocido alguna vivienda en Fráncfort o en el mismísimo Londres, enmarcada en programas de tal índole. Viviendas muy dignas, anónimas en cuanto a su carácter estatal y social, y auspiciadas desde lógicas parecidas. Creo que no hay que inventar la cuadratura del círculo cuando la solución funciona ya en contextos similares.

Hay que apostar con potencia, desde mi punto de vista, por soluciones estructurales de vivienda, desde el consenso más amplio, como forma de hacerlo por las personas. Y es que me consta la frustración de muchos trabajadores y trabajadoras sociales, fuertemente implicados en su trabajo, al no poder considerar la vivienda -por no haberla- como parte del catálogo de recursos para abordar determinadas situaciones. Y resolver las mismas, hoy, es crucial. Pero no con pequeños presupuestos y remando contra viento y marea, sino a lo grande y desde una lógica verdaderamente común y a años luz de la retórica política de partido.