Si hay algo que he aprendido en esta vida -y tiempo he tenido ya un poco para hacerlo- es que cada persona tiene derecho a vivir su propia existencia, desde el respeto a los demás, como considere más conveniente. Es más, estoy convencido de que, si esto no es así, las personas se marchitan. Ya les conté otras veces que, en conversaciones en aldeas remotas, cercadas por la nieve en medio de nuestras entonces frecuentes actividades de montaña, o en la urgente intimidad de la cabina de una ambulancia camino a un hospital o en el soleado salón de una residencia, en un intenso voluntariado de varios años, fueron muchos los mayores que delante de mí decían arrepentirse de lo que no habían hecho, pero jamás de aquello a lo que sí se habían atrevido. No vivir la vida de uno según los propios criterios, convicciones, pulsiones y deseos es origen de frustración y, a la larga, incluso de autodestrucción.

Esto no quiere decir que tengamos que ser tan primarios como para ceder en cada momento a todo lo que nos viene en gana, ni mucho menos. Pero creo que revertir completamente el interés de uno por aquello del "qué dirán" o "es más conveniente para mi familia", deviene siempre en tristeza. En profunda tristeza. Y lo digo con contundencia, al conocer a muchas personas que, en nuestro entorno, han preferido esta vía, respetable, pero que supongo les producirá a la larga mucho desasosiego.

Miren, en vísperas del Día del Orgullo Gay estoy dedicando estas líneas a la comunidad LGTBI y a sus derechos. Y he querido empezar, hoy, por aquellas personas que, negando la mayor, llevan una perfecta vida pública que definen como "heterosexual", mientras la procesión va por dentro y los ligues, en la estricta intimidad. Chicos con novia y vida oculta, perfectas "amigas de toda la vida" que no cuentan más, hombres casados o personajes públicos con "novias de quita y pon", como forma de asegurar la presunta "normalidad" de sus vidas. Repito, todo respetable y una opción personal a la que no voy a enmendar la plana porque no soy nadie para hacerlo. Pero, retomando lo que contaba en el primer párrafo, se trata de personas que a la larga a veces te cuentan que, de tener la oportunidad, volverían a reescribir su historia.

Porque, no se engañen, las parejas abiertamente homosexuales que ustedes conocen son sólo la pequeña punta del iceberg. Nuestra sociedad sigue escondiendo la más importante parte del fenómeno LGTBI, que va entre bambalinas. Y lo más curioso de todo es que no se trata de un mecanismo de censura impuesto por terceros, sino que son los propios interesados los que, en aras de la paz familiar, por medrar en política o en la empresa o por la existencia de una cónyuge maravillosa y cuatro hijos, son sus propios represores.

El fenómeno LGTBI tiene tantas manifestaciones como personas fuera de la tipología cien por cien heterosexual. Hay personas curiosas, personas claramente orientadas, personas que pasaban por allí y personas que no, pero sí. Hoy quiero dedicar mi artículo a todas estas categorías. Lo que verán ustedes en los grandes desfiles, que cumplen un papel y que han sido muy importantes en el proceso de normalización vivido, pero que no van demasiado conmigo, es sólo una pequeña parte. La mayoría de las personas son mucho más comunes, y algunas pertenecen a su círculo de amigos y a su propia familia. A ellas, en la situación que estén, les dedico mi artículo de hoy. Les pido que estén también orgullosos de sí mismos, porque la normalidad -o sea, la oportunidad de vivir la vida como cada uno decide en cada momento hacerlo- es el tesoro más grande que tenemos. Gracias a la evolución de la sociedad, a algún político avezado y, sobre todo, a muchas personas del movimiento social, hoy tenemos la oportunidad de tener un respaldo público y un marco jurídico adecuado. Lo otro, la normalidad, es eso que hemos logrado y de lo que podemos estar bien orgullosos.

Por eso, a todas y a todos, feliz 28 de junio, mañana mismo. Feliz aniversario de la redada de Stonewall, en Nueva York, y la respuesta de la sociedad civil posterior. Feliz aniversario por un mundo más inclusivo, del que nos beneficiamos todas las personas. Feliz realidad anunciada ayer mismo, después de la legalización del matrimonio gay en el conjunto de todos los Estados Unidos de América. Y feliz apuesta por la concordia, el respeto, el bien común y por el advenimiento real de una sociedad que mire a lo común para buscar el bien colectivo, sin romper con ello la necesaria libertad del individuo para ser fiel a sí mismo, optando y decidiendo en función de sus propias preferencias e ideas. Por lo que me toca, ¡gracias!