Nunca, desde después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, tantas personas en todo el planeta se habían visto obligadas a dejar su hogar. Estas palabras, que nos trae Ban Ki-Moon, secretario general de Naciones Unidas, son fiel reflejo de la realidad. Y me sirven, en este Día Mundial de la Población 2015, 11 de julio, para comenzar esta pequeña reflexión que comparto con ustedes.

Lo cierto es que la situación es crítica, mientras escribo estas líneas, en muchos lugares del planeta. Si es usted de los que siguen las noticias internacionales, lo sabe perfectamente. Miles de personas se ven obligadas a huir, muchas veces con lo puesto, de las columnas que arrasan lo que fue su aldea o su hogar. Muchas, después de perderlo todo y de tener que afrontar un futuro casi apátrida, son víctima de mafias internacionales de tráfico de personas, y las inquietudes y la vida de una parte de ellas terminan flotando en el mar.

Sesenta millones de personas han tenido que huir de conflictos y desastres, prosigue el comunicado del secretario general de Naciones Unidas. Una realidad en que mujeres y adolescentes son especialmente vulnerables. La violación es hoy un arma de guerra más, por todo el horror físico y psíquico que produce en sus víctimas, incluido el desprecio de sus comunidades. Embarazos no deseados y la infección por VIH y otras enfermedades, en un entorno donde una simple aspirina es un verdadero lujo, termina por destrozar a poblaciones enteras. Y, queridos lectoras y lectores, no veo visos de que las cosas mejoren, o de que se dote a la comunidad internacional de instrumentos jurídicos y operativos más fuertes y consensuados para combatir tanta barbarie.

Así las cosas, celebramos un 11 de julio más. Y lo hacemos en un momento en que ya somos más de 7.306 millones de personas, unos 3.685 millones de hombres y 3.621 millones de mujeres, en un aumento imparable en el que las proyecciones a medio plazo arrojan cifras descomunales de personas sobre el planeta. Una demografía que no va acompañada de los pertinentes mecanismos de mejora global de las condiciones de vida, de manera que hoy, más que nunca, asistimos a dos estándares distintos en términos de bienestar, esperanza de vida y otros indicadores de desarrollo. En términos generales ha mejorado la situación, pero a costa de mayor iniquidad. Todos los parámetros, con los que ustedes ya están familiarizados, nos muestran más desigualdad. AROPE, Gini y otros sistemas de medida alertan de lo mismo: vamos hacia la bipolaridad.

Una situación que, para mí, es la peor posible. Las sociedades más desiguales son peores, desde todos los puntos de vista. Y en ellas incluso la vida para los que más tienen es más difícil. Pero las cosas no se quedan ahí. La ruina social, económica, política y organizativa imperante en zonas calientes del planeta produce efectos remotos en otras zonas del globo. Desde el terrorismo hasta la huida desesperada por medio mundo de personas en la plenitud de sus capacidades, que salen de sus casas por miedo a una muerte segura.

Hoy, 11 de julio, tenemos poco que celebrar. Hoy se vive mejor, en conjunto, que hace unos años, pero con mayor brecha entre los que tienen más y los que tienen menos, en una dinámica que se acentúa cada día más. Si a eso sumamos la globalización de las malas condiciones de vida, de forma que ahora conceptos como el de estar bajo el umbral de la pobreza son más generales e independientes de la latitud, vemos que se han superado ciertas líneas rojas. Siguen existiendo desvanes de la Humanidad, pero toda ella, de alguna forma, también tiene la capacidad de albergarlos. Hoy hay trabajadores bajo el umbral de la pobreza incluso en los países más pudientes y, por lo que parece, esa tendencia va a más.

Ban Ki-Moon incluye en su discurso una referencia a que los gobernantes del mundo se fijen, especialmente, en las personas. Que evalúen los costes de sus políticas en términos de la vulnerabilidad de las mismas. Que, por encima de parámetros macroeconómicos, tengan en cuenta -especialmente en este momento- tales sensibles criterios. Espero que su doctrina no caiga en saco roto, y que tal día como hoy pueda suponer un punto de inflexión, al menos, en la lógica imperante en estos tiempos desnortados de la primera mitad del siglo XXI.

Vamos raudos hacia el hito de los ocho mil millones de seres humanos. Al tiempo, estamos batiendo un récord en emergencias humanitarias. Los fondos dedicados a afrontarlas son pocos, y los compromisos de financiación, poco sostenidos en el tiempo y poco firmes. A ver qué pasa...