Ciertamente no es más que una "declaración de unidade a prol da normalización da lingua galega", pero es mucho. Para valorar en su justa medida la histórica foto al pie de la estatua de Rosalía en la Alameda de Compostela, hay que tener en cuenta lo crispado del ambiente político y la enorme brecha que hasta ayer parecía separar al PP de Feijóo del resto de los partidos y del grueso de la intelectualidad gallega en materia de política lingüística. Se trata de un gesto meramente simbólico, sin virtualidad práctica, que, sin embargo, puede significar por sí mismo la apertura de una nueva etapa en la delicada cuestión idiomática. Estamos sin duda ante un esperanzador alto el fuego con visos de tregua en la enconada guerra que dura ya más de seis años y cuya principal víctima paradójicamente está siendo la propia lengua.

La Mesa pola Normalización de la era posCallón se apunta el tanto de concitar la plena unanimidad de las fuerzas políticas gallegas en defensa del idioma propio, en la reivindicación del derecho a vivir en gallego y en el propósito de, entre todos, poner los medios para garantizarle una verdadera y real oficialidad. En un acto solemne, y emocionante para muchos de los que en él participaron, quedó patente la voluntad de la inmensa mayoría de los dirigentes políticos de este país de volver a poner la lengua gallega en el centro del debate, pero, a partir de aquí, con afán constructivo.

Tal vez haya contribuido al éxito de la iniciativa unitaria la sincera voluntad de transversalidad política de la nueva Mesa, que se lo trabajó a fondo. También sirvió de mucho la redacción de un texto absolutamente light, en positivo, sin críticas ni descalificaciones, y con una oportuna llamada a la recuperación del amplísimo consenso que se plasmó en la Lei de Normalización Lingüística de 1983 y en el aún vigente Plan Xeral de 2004. En el momento de la rúbrica, todos los firmantes de la declaración hicieron una suerte de ejercicio de amnesia colectiva, dando al olvido todo lo que vino después de aquella manifestación anti-normalización de Galicia Bilingüe y compañía, de febrero de 2009, que llevó al Pepedegá a comprometerse, cuando reconquistase San Caetano, a revisar a la baja una política lingüística avalada en lo esencial por el mismísimo Manuel Fraga.

La gran sorpresa fue la presencia de un representante del PP, el diputado autonómico Agustín Baamonde. Hasta pocas horas antes, casi todos los convocados al acto -y hasta los propios convocantes- estaban convencidos de que la fuerza política mayoritaria en Galicia no acudiría. A más de uno le habría gustado que el partido gobernante se autoexcluyera para poder seguir cargándole el anatema de galegófobo y de responsable último del preocupante retroceso social de una lengua que, según los estudios estadísticos, pierde hablantes a chorros. Pero Feijóo dio un paso al frente para que quede patente, y fuera de duda, el deseo de la Xunta de recomponer la pax lingüística y apartar el idioma de las refriegas partidistas.

Don Alberto tiene plena conciencia de que este movimiento táctico va a desconcertar -si no directamente a cabrear- a una parte de su electorado. Puede poner de uñas no solo a los votantes castellano parlantes o idiomáticamente neutrales del PP, sino sobre todo al sector menos galleguista, ese que se sintió defraudado o engañado porque no se derogó la Lei de Normalización, ni se otorgó a los padres gallegos la efectiva libertad para decidir la lengua de escolarización de sus hijos. Mucha de esa gente, desencantada con Feijóo y que ya se sentía por otros motivos próxima al partido de Albert Rivera, puede tener ahora más razones aún para acercarse a Ciudadanos, seguramente no por casualidad, sino con pleno convencimiento, el gran ausente en la histórica foto de la Alameda compostelana.