Aunque había cierto temor a que se repitiera lo de Lugo, a la hora de la verdad no hubo sorpresa. Su cumplió el guión. El alcalde socialista de As Pontes, Valentín González Formoso, fue investido presidente de la Diputación Provincial de A Coruña con el apoyo de todos los grupos de la izquierda. Al final se apuntaron al caballo ganador tanto las mareas como la Alternativa dos Veciños de Gelo Seoane, que en los días previos habían estado jugando al gato y al ratón sin marcar preferencias claras en cuanto a si la presidencia debería recaer en el PSOE o en BNG.

Puertas adentro del Pesedegá, dicen que Formoso no lo tuvo fácil a la hora de asegurarse el puesto. Había varios perros para ese hueso. El más ladrador, el alcalde de Dumbría, plantó cara al oficialismo y no cedió hasta que se le garantizó una amplia cuota de poder. José Manuel Pequeño será el encargado de negociar con los ayuntamientos los planes de cooperación local que, por así decirlo, son la parte del león de las inversiones del organismo provincial. Además, será el encargado, por la parte socialista, de supervisar el funcionamiento ordinario de la casa y de pelearse con los nacionalistas en el día a día para que nadie se extralimite o invada el territorio competencial que no le corresponde. El alcalde de As Pontes se reserva una función más institucional y representativa. Asume ser también el garante último de que se cumpla, en la medida de lo posible, el pacto Pesedegá-Benegá. Suya será asimismo la responsabilidad de evitar que las diferencias de criterio entre ambos grupos, que quedaron patentes desde el minuto uno, no deriven en disensiones graves y, sobre todo, que no trasciendan, por el coste político que eso tendría para las dos partes contratantes. No está tan lejano el fracaso del experimento bipartito en la Xunta, del que unos y otros dicen haber aprendido mucho para esta nueva etapa.

Del primer discurso presidencial destaca su escaso calado ideológico. Formoso, que presume de buen gestor, se mojó más bien poco en el terreno político, esquivando como pudo el incómodo debate sobre si deben seguir existiendo las diputaciones, planteado con total descaro por sus propios socios de gobierno. Como novedad, el anuncio de un "consello" provincial de alcaldes y alcaldesas, se supone como órgano consultivo no vinculante, útil para una puesta en común de experiencias de gestión, aunque ya sabe que cada municipio es un mundo aparte, sobre todo en la Galicia rural.

El nuevo presidente tiene perfectamente asumido que va a gobernar en minoría y un tanto en precario. Socialistas y nacionalistas suman los mismos escaños que el PP, porque las mareas y la Alternativa no quisieron comprometerse en la gestión; solo apoyan desde fuera y con la advertencia, nada velada, de que no piensan comulgar con ruedas de molino. La suya, si acaso, será una "colaboración crítica" y condicionada a sus propios intereses estratégico-electorales. Formoso puede dormir con la tranquilidad de que no será removido por una moción de censura, aunque le costará lo suyo sacar adelante las iniciativas de mayor calado.

Lo que también parece tener claro es que, alcanzada la presidencia de la Diputación coruñesa, Formoso se ha convertido en uno de los pesos pesados de su partido. Por ser quien era, ya formaba parte de la actual ejecutiva regional como secretario de política municipal y a partir de ahora, por el poder que encarna, tendrá mucho que decir en la dirección provincial. Tampoco resulta descabellado que su nombre empiece a figurar en la quiniela de posibles recambios para un Besteiro que, diga lo que diga, según alguno de sus fieles escuderos, está a punto de tirar la toalla.