Hace unos días, el 26 de julio, falleció Carolyn P. Boyd, catedrática de Historia en California, gran especialista norteamericana en la España contemporánea. Desde su cátedra californiana, lo mismo que antes en Texas, Boyd centró sus trabajos en los siglos XIX y XX y encabezó la Sociedad para los estudios históricos españoles y portugueses. En el mundo universitario estadounidense era un referente académico de primer nivel; sus trabajos, centrados en problemas fundamentales de la trayectoria española, delimitaron debates básicos y establecieron tesis sólidas. Como otros intelectuales de su generación, profundizó en nuestras dificultades para consolidar, con la legitimidad necesaria, un sistema democrático.

Entre los temas que frecuentó en sus múltiples publicaciones destacan dos: el papel político del ejército y la construcción nacional a través de la enseñanza y la cultura. Su primer libro iluminó una cuestión crucial: la creciente intervención de los militares en la política española, en La política pretoriana en el reinado de Alfonso XIII demostró el peso del corporativismo, la debilidad de los gobernantes y el respaldo del rey a sus compañeros de armas explicaban esa deriva autoritaria.

Otro ámbito de interés fue el estudio de la identidad española en el terreno cultural con otro libro decisivo, Historia Patria: política, historia e identidad nacional en España, 1875-1975 (2000), se adentró en los relatos históricos que nutrieron los manuales escolares durante más de cien años y comprobó la falta de acuerdo en materias centrales entre las diversas versiones del nacionalismo español, un conflicto constante que afectó a la ubicación de los ciudadanos en el mundo que les había tocado vivir. Los centros de gravedad eran el Cid, el cardenal Cisneros y el duque de Alba, siempre defensores de los valores patrios ante afrancesados e intelectuales

Boyd también estudia cómo, bajo la España de Franco, había que etiquetar a todo lo que se moviera como antipatriótico o antiespañol; pese a que católicos y falangistas se disputaban las parcelas de las neuronas del alumnado de aquel bachillerato de siete años del ministro Sainz Rodríguez basado en historia, religión y estudios clásicos, bajo la batuta implacable de Menéndez Pelayo. Los errores liberales de la Constitución de 1812 y los experimentos del republicanismo -para qué engañarnos, sobre todo el de la segunda república- y la bendición del 18 de julio de 1936 copan los párrafos de los manuales; pero pronto surgen las rivalidades, los falangistas quieren un único manual de obligado cumplimiento, mientras que los católicos tienen otros intereses editoriales, defendiendo la variedad, siempre y cuando se salvasen todos los pasos de la censura estatal bajo palio.

Queda más agosto para reflexionar sobre este y otros nacionalismos que nos acechan; amenazo, pero no prometo, ya que la actualidad da muchas vueltas con las olas de calor, nacionalista, por supuesto.