El próximo sábado 22, la máquina futbolística se pondrá en marcha y Riazor volverá a ser el diván desde el cual miles de aficionados buscarán en el espectáculo deportivo esa simbiosis de amor y terapia colectiva. La influencia ultramarina convencional se enseñoreará del protagonismo mediático y, de nuevo, aflorará, entre los comentaristas, la intención de convertir la prédica en metáfora o en psicoanalizarnos con exotismos verbales. La narración y la crítica deportiva, salvo muy contadas excepciones, ha empobrecido; en algunos casos, la calidad y el rigor han sido reemplazados por la rumorología, el farandulismo y la bufonada. Jupp Heynckes, tras ganar la séptima copa de Europa con el Real Madrid, se quejaba de la prensa deportiva más próxima: "Hace mucho tiempo que me falta al respeto, como persona y como profesional". El Tata Martino, efímero entrenador del Barcelona, apuntaba al ámbito mediático catalán: "En toda mi carrera, nunca me había tocado vivir un periodismo de camiseta". A la militancia culé informativa, en Madrid se opone una mayoría mediática, transversal, de la misma factoría que, a modo de orfeón, utiliza la misma partitura. Que algunos agitadores vociferantes sean líderes de opinión pone de evidencia que su escasa finura es el síntoma de una gran equivocación. Otrosidigo

Muchas esperanzas en nuestro Deportivo. Se ha fichado bien, el entrenador goza de la confianza de aficionados y directivos, y el club ha recuperado una imagen corporativa, seria, ordenada y eficaz, a tono con la importancia de una de las competiciones futbolísticas más importantes del mundo. La feria del balón ha comenzado. Probemos a disfrutarla sin mezclarnos. Nos visitarán dirigentes ricos, clubs pobres y viceversa; presidentes con aires de gente bien cebada, otros rodeados de santería y, los menos, con aspecto de pesimismo estomacal. Nosotros nos quedamos con la visita que llegará de Valerón en la U.D. Las Palmas, ejemplo de una opción profesional que sintetiza la conciencia ética en un mundo tan metalizado. Felicidades a D. Tino y ¡que atine!