Desconocía la iniciativa gala, bien acogida en algunos países centroeuropeos, y poco en España, hasta que me lo comentó un cura francés. Ante el silencio de la prensa libre frente a la persecución que sufren los cristianos en bastantes países, se trataba de llamar la atención sin ilegalidades ni escándalos. Había que hacer algo inusual. ¿Qué tal un repique imprevisto de campanas? ¿Vale? De eso se trataba, de hacerlo en una fecha concreta, el 15 de agosto fiesta de la Asunción de la Virgen, y en horas determinadas, al unísono, doquiera que haya campanas. Sin duda debió ser impactante, y más lo habría sido de haberse sumado muchos otros. ¿Se imaginan todos los campanarios de las miles de iglesias de Europa, América, Oceanía y lugares concretos de Asia y África batiendo los badajos de sus campanas en un repique estruendoso y continuado? Y todo para recordar que desde hace tiempo, y posiblemente también en esos instantes en que suenan las campanas, están siendo hostigados, perseguidos, y quizás masacrados seres humanos por el simple hecho de creer en Cristo. Debe cesar esa violación de un derecho humano fundamental. Y si los medios de comunicación callan, que no dejen de repicar las campanas.