El lío de la anciana enferma hepática fallecida en circunstancias por aclarar, pocas horas antes de la manifestación, contribuyó lo suyo a que la convocatoria fuera un éxito. El caso es que miles de vigueses salieron a la calle a mostrar unos su preocupación, otros su malestar y no pocos un monumental cabreo ante el desastre en que se ha convertido la entrada en funcionamiento del flamante hospital Álvaro Cunqueiro. La que estaba llamada a ser una de las joyas de la corona del sistema hospitalario se está convirtiendo en un gran quebradero de cabeza para San Caetano en el arranque del nuevo curso político. Mientras, Abel Caballero aprovecha el cúmulo de desaguisados para alimentar el victimismo localista (la Xunta nos maltrata) en que se asienta su hegemonía electoral.

Junto a la instrumentalización del asunto por los sindicatos y los partidos de la oposición, al éxito de la multitudinaria movilización por las calles de Vigo seguramente contribuyó también en buena medida la actitud de la conselleira Mosquera. Lejos de esbozar una mínima autocrítica por lo que se hizo mal o no salió bien en el operativo de traslados de enfermos, apertura de las zonas de consulta o bloques quirúrgicos, etc., se empeñó en transmitir una idea de normalidad que resultó irritante por no decir ofensiva hasta para los colectivos profesionales afines al PP.

Desde muchos frentes, no todos hostiles al albertismo, se le viene reclamando a Feijóo el relevo de la conselleira Mosquera. Ya casi no hay quien la defienda en voz alta, salvo aquellos a quienes les va en el sueldo o en el cargo. Tiene tan mala prensa como escasa estima entre una amplia mayoría de los profesionales sanitarios. En Lugo dicen que tuvo su parte de culpa en los resultados de las elecciones municipales por las carencias o deficiencias en servicios básicos del hospital Lucus Augusti.

Mira por donde, los socialistas suministraron un balón de oxígeno a Mosquera con su alarmista comunicado reclamando la evacuación urgente del Álvaro Cunqueiro de los pacientes inmunodeprimidos por el caso de la muerta por aspergillus. Eso solo unas horas después de que Gómez Besteiro arremetiera, de forma contundente pero sensata, contra la gestión de la conselleira en la apertura del polémico centro hospitalario y la gestión sanitaria de la Xunta en general.

Como siempre, a río revuelto, ganancia de pescadores. Por diferentes razones, y no solo ni estrictamente de defensa de lo público frente a lo privado, hay mucha gente interesada en aprovechar el caos generado en las primeras semanas de funcionamiento del Álvaro Cunqueiro para reactivar el debate sobre las bondades y maldades del modelo concesional en la dotación de infraestructuras sanitarias, educativas, viarias o de servicios. Un modelo implementado en España, como en el resto Europa próspera, por administraciones de todos los colores políticos, y no solo ahora, en un contexto de serias restricciones presupuestarias, sino en tiempos de bonanza, cuando los gobiernos pueden gastar o invertir con cierta alegría.

A criterio de los expertos, lo que está fallando en el nuevo hospital de Vigo es la gestión de su puesta en marcha, no el modelo de colaboración público-privada, que sigue siendo perfectamente válido y por ahora en muchos casos el único posible para encarar grandes obras. Sobran ejemplos incluso en Galicia. Pero es que, aunque el edificio lo hubiera pagado la Xunta con cargo a sus presupuestos en vez de costearlo una empresa concesionaria, igualmente habría habido prisas por parte de los políticos de turno en inaugurarlo. También se detectarían disfunciones y no dejarían de aparecer los muy evidentes defectos de construcción que justifican por sí solos las protestas de estos días. Tanto en lo público como en lo privado, en este país la chapuza y la picaresca van de suyo. Nos van en el ADN nacional, junto al oportunismo y la cortedad de miras del debate político.