La Coruña vive tiempos expectantes mientras escribe a lápiz su vida cotidiana. Nos sobran impuestos y nos falta confianza en gobernantes soñadores. Las palabras progreso y esperanza son, hasta la fecha, aire y espuma que condimentan el discurso oficial. Nuestro alcalde ha cogido el trillo de Podemos en aras del objetivo principal: llegar a una etapa constituyente, como hicieron los "compañeros" bolivarianos con el resultado conocido. Entre los anuncios más notorios, en el ámbito local, figura la restricción de las luces navideñas. Es decir, pretenden dejarnos a merced de los cocuyos, coleópteros, que con sus pechos fluorescentes iluminan las noches antillanas. A Cocteau le molestaba Mozart y la liturgia católica; aquí, por lo visto, la paganía solo alcanza a enemistarse con el sacristán. Nosotros, por lo sucedido con las fiestas de agosto, tenemos la impresión que los nuevos ediles no tienen en su alforjas el don de la alegría. La Coruña, con sus calles abiertas como cauces de convivencia, verá constreñido su espíritu proverbial, cuyo símbolo -la galería- expresa la vocación de la luz, esa luz a la que venía a disfrutar Álvaro Cunqueiro. En ninguna ciudad hay más cristal, más balcones y galerías que en nuestra ciudad. Tan es así que el vecindario cuando se refugia en sus casas lo hace acodado en los alféizares para contemplar la calle. La Coruña, antes de abandonarnos Fenosa, era en sus nocturnos una lámpara millonaria en vatios. Si la próxima iluminación navideña es luz de gas tendrá gran impacto ciudadano y será síntoma populista que hace a los pueblos más sombríos y aburridos. Otrosidigo

Si el responsable de Movilidad municipal tuviese a bien situarse en las confluencias de la calle Nicaragua con Juan Flórez y Enrique Dequidt, comprobaría las dificultades, cuando no imposibilidad, de circular de los autobuses urbanos; comprobaría también las filigranas que deben realizar los usuarios del parking del Palacio de Congresos, por la misma calle Nicaragua, que se presiente temerosa de no corregir esta irregularidad ante un eventual caso de emergencia. Más arriba, la calle del Palomar, donde el aparcamiento se hace a gó gó, exige para circular conductores expertos en yincanas.