Es muy guapo venir ahora, cuando falta menos de un mes para las elecciones catalanas, a advertir de las consecuencias y peligros de la secesión. ¿Dónde estaban Felipe González y Alfonso Guerra, mientras Zapatero armaba todo este tiberio? Mientras Felipe acompañaba al infausto Zapatero en sus dislates y Alfonso Guerra, a la sazón presidente de la Comisión Constitucional en el Congreso, votaba a favor del Estatuto para después decir con la boca pequeña que no se tenía que haber llevado a cabo. Mientras ciudadanos anónimos y desinteresados escribíamos cientos de artículos sobre la repetición del error histórico catalán y la iniciativa de unos corruptos que pretenden ocultar su latrocinio con el sentimentalismo patriótico, Felipe y Guerra callaban como ahogados hasta el final para mantener sus privilegios. Y ahora que ha pasao el toro y la lidia, aunque vaya a continuar la murga y los toros; ahora que otros valientes han recibido a puerta gayola el desafío y agravio diario en la calle y en los medios a la soberanía del pueblo español; que se han visto obligados a hacer toreo de salón, a juntar con la muleta derechazos y pases de pecho con el afarolado de Mas, van aquellos y se pronuncian sobre los peligros de la secesión a menos de un mes de las elecciones. Cierto que el refranero español enseña que bien está lo que bien acaba y que más vale tarde que nunca, pero no se puede olvidar lo del viaje y las alforjas y sobre todos en particular, que a buenas horas mangas verdes. Salen ahora espontáneos a hacer burla al morlaco a toro pasao, cuando ya está colocao en suerte y queda el volapié y la imputación. Artur Mas, escondido en esa candidatura diseñada como escudo legal, ya se ha adelantado a decir, por lo que pueda pasar, que él no ha hecho nada a título personal, lo que supone una confesión implícita de los pecados de Covergencia, de la que es máximo responsable. Ahora ya sólo le queda el comodín del público.