¿No les digo? Nos hemos descuidado, y diciembre ya está entre nosotros, y ha venido para quedarse. Dará carpetazo al año, no sin antes dejarnos unas elecciones generales que, por lo que parece, están teniendo una especial relevancia en este momento de nuestra convivencia. Ya les he dicho alguna vez que, desde mi punto de vista, demasiada relevancia. Y es que, en los últimos seis meses, parece que lo estrictamente político se hubiese fagocitado a lo fabril, a las ideas, a lo económico, a lo productivo, a lo cultural, a lo social...

Pero volvamos a diciembre y con él el día de ayer, el primero, que ha venido cargadito de cosas. Porque el 1 de diciembre es, en 2015, el Giving Tuesday, el martes para donar, del que ya hemos hablado aquí largo y tendido. Y, como cada año también, la jornada mundial de lucha contra la infección por VIH-Sida. Sobre esta última temática versa este texto que hoy les ofrezco con cariño.

Y es que precisamente cariño es lo primero que tenemos que plantear al hablar de VIH-Sida, exactamente igual que cuando lo hacemos de cualquiera de los demás temas de salud que complican la vida de las personas, de cualquier persona, de todas las personas... Un hecho que tiene su parte clínica, farmacológica o empresarial, claro, pero donde lo social importa y ha de importar todavía mucho más. Y, desde esta óptica, la aproximación a esta cuestión, aparte de profesional y planificada, no puede estar tampoco exenta de cariño.

Cariño, por ejemplo, a la hora de plantear soluciones globales para el VIH. Hoy muchas personas en el mundo siguen sin acceso a tratamientos antirretrovirales y eso, aparte de poner en riesgo al resto de la población, es una discriminación únicamente basada en el poder adquisitivo de las mismas y de los estados que les dan carta de ciudadanía. No sé cuál es la mejor fórmula para organizarlo, pero está claro que, de alguna manera, la Humanidad tendría que buscar el poder pagar un abordaje global de la pandemia, independientemente del ancho de la cartera de cada uno. Los virus no entienden de fronteras, y todo lo que no tratemos hoy nos volverá mañana, corregido y ampliado. Y nos puede afectar a cualquiera. No les quepa duda.

Cariño, también, a la hora de la responsabilidad sexual de cada uno, entrando en una clave ya mucho más doméstica. Y es que, para las sociedades que tienen la posibilidad universal de acceso a los antirretrovirales, el VIH-Sida se ha convertido en una enfermedad crónica. Y, aparte de todo lo positivo que esto es, ha ocurrido que muchas personas le han perdido el respeto. Antes, en el imaginario colectivo, el VIH-Sida implicaba una vida dura y una agonía y muerte terrible. Hoy no, ni mucho menos. Pero eso no debe incitar a bajar la guardia, expresada en términos de utilización de los medios profilácticos oportunos o, mucho menos, de buscar deliberadamente o jugar con la búsqueda de un posible contagio. Les puedo asegurar que hay personas que, de una forma muy irresponsable, ni cuidan su salud ni la de los demás, ejerciendo o promoviendo prácticas de riesgo y haciendo dejación de cualquier tipo de consejo en materia de prevención. Un ámbito, sin duda, en el que es fundamental una respuesta desde la educación, centrada en el individuo y la perservación de su salud.

Y cariño, claro está, a la hora de considerar la infección por VIH-Sida, exactamente, como lo que es. Una exposición a un virus y, si esta no es tratada, el desarrollo de una serie de procesos que debilitan las defensas naturales del organismo, con la consiguiente posible aparición de enfermedades oportunistas asociadas. Punto. Nada más. Ni un castigo divino -¡Mon Dieu!, que burradas se oyen a veces- ni cualquier otro planteamiento fruto de un cierto papanatismo colectivo, de una ignorancia en esta cuestión que muchas veces se palpa en la sociedad, o de oportunismo por quien trata de arrimar el ascua a su sardina. El SIDA, el ébola, la tuberculosis o la malaria son amenazas para la salud global y, como tales, hay que tratarlas.

Las personas no han de sufrir ningún tipo de discriminación por convivir con el VIH. Su día a día es absolutamente normal, y pueden estar ustedes tranquilos y tranquilas, porque el virus no se contagia por las actividades de la vida diaria. Es más, si son personas correctamente tratadas con los fármacos hoy disponibles en el mercado, es muy improbable que, en cualquier caso, puedan transmitir el virus. El peligro estriba en el altísimo porcentaje de personas que no saben que son portadoras del mismo, y que muchas veces no se han hecho jamás un sencillo test para el cribaje de dicha infección. El VIH no tratado puede ser un problema grave para la salud, pero su efecto ha de quedarse ahí. Convivir con el VIH no es signo de nada. Exactamente igual que convivir con una gripe o ser diabético.

Uno no puede terminar una columna sobre esta temática en esta ciudad sin reconocer la labor, de muchos años, de organizaciones de la sociedad civil y de profesionales que, desde distintas vertientes, llevan años actuando y predicando -a veces en el desierto- para un abordaje holístico de la pandemia del VIH-Sida. En particular, en A Coruña destaca la labor de CASCO, Comité Anti-Sida Coruña, cuya contribución se puede resumir en la idea de una mejora integral de la vida de personas afectadas por la infección y sin otros recursos. ¡Chapeau!

Diciembre, pues, que comenzamos con un lazo rojo en la solapa. Ojalá que tomemos conciencia de él, como forma de apoyo incondicional a las personas afectadas, y de fomento de las buenas prácticas en materia de prevención de nuevos contagios. Así sea.