Es prácticamente imposible que las cinco o seis promesas importantes de los partidos con probabilidades reales de gobierno se cumplan y más de una se quedará en el tintero. Sucede en todas partes. Ni con mayoría absoluta las cumplirá todas un gobierno. Lo impedirán la tenaz resistencia de sectores sociales a tal o cual promesa, la negativa de actores internacionales como la Unión Europea o Estados que no entienden de promesas internas, las grandes multinacionales, los mercados o conflictos bélicos incontrolables. Incumplió en los ochenta el PSOE su promesa de crear ochocientos mil puestos de trabajo y la de salir de la OTAN e incumplió Rajoy subiendo los impuestos que prometió bajar. La realidad se impone y de nada sirve darse contra el muro. La política es el reino de lo posible no de la fantasía, por eso la sensatez y la prudencia debieran contener a los políticos en campaña electoral y guiar a los electores tanto como en los trances importantes de su vida personal y profesional. También a los jóvenes.

Pablo Iglesias encandiló a los jóvenes indignados en mayo de 2014 porque vio el filón político que formaba la combinación de dos factores perversos: los estragos de la crisis en las expectativas de los jóvenes de las clases medias y el descubrimiento, día sí y día también, de la corrupción que el sistema había tapado durante años en provecho de unas élites extractivas indeseables. La perversa mezcla excitó en la sociedad y en los jóvenes sobre todo un legítimo deseo de devolver el golpe al menos a los políticos ya que devolvérselo también a los señores del dinero siempre ha sido más difícil. Iglesias logró en las europeas cinco escaños prometiendo ganar el pulso a la troika y a la UE. Sus modelos, Tsipras y el chavismo. Un año y medio después Tsipras gobierna con drásticos recortes a una Grecia en ruinas y Maduro es censurado por sus políticas represoras y su calamitosa economía. Iglesias no quiere ni verlos. Un año y medio después cuatro de los cinco eurodiputados de Podemos han abandonado el Parlamento de la UE faltando tres años y medio para el fin del mandato sin dejar huella alguna de su paso. Un par de discursos demagógicos descalificando a la UE y a otra cosa. Iglesias ha engañado a su millón y pico de votantes de mayo de 2014. ¡Qué bien! Iglesias, que prometió democracia interna pero ha designado a dedo a sus cabezas de candidatura y que como la casta se multiplica en los platós, va de nuevo a la caza del voto de los jóvenes legítimamente indignados y promete lo que a ciencia cierta no cumplirá aunque gobierne. Valiosa es la denuncia de la corrupción, no es la única voz, pero en lo demás Iglesias engaña y lo sabe bien. Su última promesa importante lo descalifica por demagogo. Iglesias acaba de prometer en Barcelona que si gana convocará antes de un año un referéndum vinculante en Cataluña para que los catalanes decidan si continúan o no en España. No es asunto menor. Y eso, dice, sin necesidad de tocar la Constitución, aquel papelito del 78 la llamaba Iglesias. Quince días antes dijo que la reformaría para hacerlo posible y hace un par de meses que abriría un proceso constituyente para aprobar una nueva. No importa que Iglesias no esté por la independencia de Cataluña, importa que su promesa, como otras suyas, es inviable por contraria a lo dicho por el Tribunal Constitucional y que, a sabiendas y cuando apunta al gobierno en las encuestas, mienta deliberadamente a sus votantes. Un candidato así ¿cómo puede encandilar a los jóvenes? Indignados sí, simples y manipulados no.