Ayer, 18 de diciembre, se celebró la edición de este año del Día Internacional de las Personas Migrantes. Esta jornada, auspiciada por Naciones Unidas, quiere traer al primer plano a las personas que, por diferentes causas, salen del lugar que les vio nacer para comenzar una nueva vida en otras tierras. A este tema, tan de actualidad, dedico este artículo, previo a las elecciones generales de mañana y casi ya a las puertas de la celebración de la Navidad.

Y empiezo directo con el tema más polémico relacionado con las migraciones, que es el que hace correr ríos de tinta. Me refiero a las migraciones por causas económicas y de índole humanitaria y solicitud de refugio. Esas son las que nos duelen. Vivimos rodeados de inmigrantes guays, con los que nos codeamos, nos identificamos y gozan de todos nuestros favores y atenciones. El gentilicio no es un problema si eres una estrella del cine, un jugador de fútbol o trabajas para una empresa que te arropa y disfrutas de unas buenas condiciones económicas. En nuestro entorno hay empresas de ámbito global, que tienen plantillas multiculturales y de muchísimas nacionalidades. Y no pasa nada... El problema es cuando te mueves de tu lugar prácticamente con lo puesto, habiendo dejado por el camino todo tu pasado y tus bienes, y te presentas en otro lugar tratando de, para empezar, sobrevivir. Ahí entra la otra vara de medir. Y, normalmente, terminan dándote con esa vara.

Casi nadie se mueve porque le entre una vena global o curiosa. Hay personas que sí, claro. Pero no son una cantidad significativa del total. Las personas que se ven impelidas a saltar de su lugar de origen es porque este es un auténtico infierno (es el caso de Siria hoy), a pesar de que en un pasado más o menos reciente en el mismo se viviese bien. O porque es un lugar agotado, quizá un secarral, un desierto o un lugar donde el día a día se convierte en un ultramaratón para conseguir un poco de agua o algo que llevarse a la boca, como en determinadas zonas de África Subsahariana. O porque tu libertad individual, y hasta tu vida, corre peligro por la intolerancia, los prejuicios o las imposiciones del grupo dominante, como le sucede a muchas personas en diferentes países de África y Asia. Hay también personas de lugares donde no se vive del todo mal o incluso bien, pero donde las oportunidades de trabajo y desarrollo personal no llegan a muchas personas. En este caso, en la mismísima Europa, se encuentran Rumanía o, sí, ténganlo claro, España.

Ha habido migraciones desde que la Humanidad existe. A distintas escalas, en función de los medios de transporte de cada época, las personas se han ido moviendo y llegando a territorios para ellas antes inéditos. Y eso se sigue produciendo ahora y formará parte, por siempre, del ADN de nuestra especie. Y, sobre todo, cuando las condiciones de vida -y de muerte- son tan dispares en las diferentes zonas del mapa. Hay quien escapa a una muerte segura -por inanición o a manos de presuntos seres humanos, en contextos en que la vida no vale nada-, probando suerte en otro lugar sin poder ni querer volver atrás, pasando página definitivamente.

Dicen que hay un gallego en la Luna, como una forma de expresar que pertenecemos a un pueblo que ha querido y sabido aprovechar las oportunidades existentes en otros lugares para mejorar sus propias condiciones socioeconómicas. Fruto de tal movimiento, nuestra comunidad ha accedido a recursos, remesas y una cierta acción filantrópica desde tiempo inmemorial. La historia reciente de zonas de la provincia de Ourense, por ejemplo, no se puede escribir sin mirar a México y otros países americanos. Y Sada, sin ir más lejos, encuentra sus referentes cercanos en la emigración a Estados Unidos. Así en toda Galicia. Venezuela, Argentina, Suiza, Holanda, Reino Unido... Hay comunidades gallegas -algunas numerosísimas- en medio mundo. Y también en España, donde áreas metropolitanas como las de Barcelona o Bilbao están salpicadas profusamente de apellidos gallegos. Y, así, en una lógica de especialización en función del lugar de origen y de la presencia de antiguos vecinos en las de destino, cada zona fue colocando a sus migrantes en regiones específicas del planeta.

La migración nos mejora como especie y es una fuente de oportunidades. Puede traer conflictos, claro, como todo en la vida, pero ni es un problema ni ha de verse como tal. Eso sí, yo ahí abogo porque las cosas estén claras y las reglas del juego también. Vivimos en un país donde ciertos temas están superados. Y si alguien se nos acerca ha de saber que, por ejemplo, en nuestro entorno una mujer y un hombre tienen los mismos derechos y valen lo mismo. Respeto a la identidad cultural, sí, pero no a costa de ciertos valores, como el de la igualdad de género. U otros, tan importantes.

Hoy muchas personas mueren a las puertas de Europa, intentando satisfacer su sueño de tener una vida mejor. Con mentalidad abierta, hemos de condenar que eso siga ocurriendo, ya en pleno siglo XXI. Y hemos de intentar mejorar las condiciones globales para frenar la sangría de personas que engrosan esas listas. Porque cada fracaso personal en ese intento lo es también de toda la Humanidad. Así lo pienso yo.