Mi particular jornada de reflexión comenzó el domingo y desde mi ya interiorizado destierro a las catacumbas de la vieja política. Como parece que sobre el futuro no tengo nada que decir, me iré al pasado. No al pasado vivido, al del chaval de los sesenta o al del joven de los setenta, porque ahí solo me encontraría con los que llevan diciéndome lo mismo meses y meses, que me agradecen los servicios prestados. Ante esto solo tengo una frase, no mía, pero sí muy próxima: Tú no me entiendes, tú me perdonas. Ya no quiero perdones y no será por falta de culpas, porque no estoy arrepentido de casi nada ni solicito absoluciones de nuevos predicadores del marketing electoral, a los viejos que resurgen cual ave fénix de las cenizas del trapicheo suizo hace muchas décadas que no los escucho.

Parece que una vez pasadas las elecciones y pasado lo que pasó, los condenados de la vieja política decente supongo hemos de transitar lo que nos quede de decrepitud lamiéndonos las heridas, alabando a los nuevos augures de la democracia y volver a recordar a los ancestros, de los que tanto hemos aprendido y nos siguen iluminando, no sé yo si mi bilis me lo permitirá, pero habrá que intentarlo.

Esta campaña electoral en la que se empeñaron en convencernos que había una contradicción entre la antigua y la nueva política, cual si fuese conflicto generacional, cual si hubiese que estar matando al padre continuamente, ha envuelto al personal en una nube, se le ha invitado a pasar al otro lado del espejo de Alicia, ha habido más Peter Pan por metro cuadrado del que se puede soportar, ha habido abducciones cual si la ciencia ya fuese capaz de inocular el síndrome de Estocolmo sin secuestro físico ni coacciones ni lavado de cerebro?

Es decir, han intentado decirnos a los acostumbrados a debatir en términos de derecha-izquierda o de más o menos derecha frente a más o menos izquierda, con todos los matices con los que se quiera repintar el lienzo, que eso ya estaba pasado de moda, que lo que petaba ahora era hablar de lo nuevo y lo viejo, con lo viejo que es mucho de lo que nos presentaron los nuevos, ¿o no? La verdad es que hay poco que inventar entre el idealismo y el racionalismo, poco hueco queda para las medias tintas.

Pero se acaba el folio y no les he dicho dónde me había refugiado, pues en épocas de cambio en las que las mentes lúcidas eran las de personas luchadoras ya entradas en años y que con su obra nos han dejado santo y seña del final del reinado de Isabel II, de la Gloriosa del 1868, de Prim, de la 1ª República, de Amadeo de Saboya?

Galdós, en 1907 con 64 años, nos dejó en herencia algunos de sus últimos Episodios Nacionales, como La de los tristes destinos (1907) y España sin rey (1908).

Años más tarde, en 1927, un Valle-Inclán también sesentón, se preocupó de que no nos faltaran sus inquietudes y opiniones en La corte de los milagros. Son visiones lúcidas, incluso hoy, aunque sea vieja política.