Paso estas Navidades rodeado de naranjales. Y me viene a la cabeza un villancico que cantando la huida de la Sagrada Familia a Egipto -también ellos vivieron como refugiados en otro país- dice que pasaron cerca de un frutal cargadito de naranjas, y mientras que la Virgen sólo cogía una, el Niño todas las quería coger. Sigo entre naranjales para llegar hasta la playa de La Pobla de Farnals (Valencia), y me empapo de la luz y la calma mediterráneas. Se nota que es una playa artificial fabricada a fuerza de escolleras para retener la arena. En las instalaciones del puerto deportivo me llaman la atención unas piraguas finísimas, tanto que pregunto y me aclaran que son para practicar surfski, con el tripulante sentado, remo de una sola pala y dirigiendo el timón con los pies. Entiendo que se practique aquí en una mar como un plato. Qué distinto de lo que estoy acostumbrado a ver en Galicia. A pesar de tantas diferencias, el ambiente navideño por aquí es idéntico al que siempre he vivido porque el mensaje de la Navidad es universal: que Dios, encarnado en ese Niño que quiere todas las naranjas, ha nacido en Belén de Madre Virgen. Y eso es para siempre.